domingo, 24 de febrero de 2019

Tiempo... Lucas 2. 25 - 35


TIEMPO DE REFLEXIÓN

"Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.
Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel. Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él. Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones".  
Lucas 2. 25 – 35.
El nacimiento de Jesús estuvo rodeado de episodios conmovedores, pero la verdad es que su vida terrenal desde el comienzo estaba en manos del Dios soberano, que cumpliría todos sus propósitos en Él.
Uno de esos episodios sucedió cuando Simeón un hombre de Dios, justo y piadoso a quién el Espíritu Santo le había dado la promesa de que no moriría sin antes ver la salvación, fue llevado al tempo por el Espíritu en el preciso momento en que José y María traían al niño Jesús para ser presentado. Simeón carga al Enmanuel prometido, reconociéndolo como el Mesías, el único que traería consolación al pueblo de Israel y al mundo, pero también profetizando lo que sería su ministerio terrenal, entendiendo que sufrirá para rescatar a la humanidad. Todo lo que Jesús hizo y dijo estaba de acuerdo con el Plan de Salvación de Dios.
Jesús fue sujeto a obediencia desde el principio pues vino a hacer la voluntad del que lo envió. Cuando Simeón tomó al niño en sus brazos recordó la profecía de Isaías y su alma se alegró, porque vio cumplida la promesa de salvación tanto para judíos como para los gentiles.
Dios está buscando hombres y mujeres con un corazón como el de Simeón. Justos que vivan de acuerdo a su Palabra. Piadosos, que sean temerosos de Dios y hagan su voluntad. Confiados, que esperen el cumplimiento de sus promesas. Que vivan en constante comunión con Dios, siendo guiados por el Espíritu Santo y que proclamen con sus labios la verdad revelada sobre Jesucristo. Así como Simeón, nosotros sus hijos debemos anhelar ver con nuestros propios ojos la consolación de Dios para este mundo perdido. El deseo de Dios es presentar a su Hijo amado a todos los seres humanos a través de nosotros, para que por Él encuentren la redención de sus almas al recibir el perdón de los pecados, y que lleguen a conocer a Cristo antes de morir.
Dios les bendiga abundantemente.

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