TIEMPO DE REFLEXIÓN
“Hijitos, ustedes son de Dios y han vencido a
esos mentirosos, porque el que está en ustedes es más poderoso que el que está
en el mundo.
Ellos son del mundo; por eso hablan de las
cosas del mundo, y los que son del mundo los escuchan. En
cambio, nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha, pero el que
no es de Dios no nos escucha. En esto, pues, podemos conocer quién tiene el
espíritu de la verdad y quién tiene el espíritu del engaño”. 1 Juan 4. 4 – 6.
¿Cómo saber cuáles son los
gustos de una persona? Muy sencillo, no hay más que fijarse que música escucha,
que programas y canales de televisión ve y su historial de internet. Con esto
podríamos hacer sin duda un pequeño retrato de sus gustos y seguro que no
fallaríamos. Pero hay algo que demuestra mucho más los gustos de una persona,
esto son sus conversaciones.
Nuestras conversaciones son
sobre cosas que nos interesan, sería extraño ver a dos niños hablando acerca de
física cuántica, en cambio es muy posible que hablen del último muñeco que le
han comprado o de su última travesura.
Lo que hablamos deja visible
nuestros intereses, y sobre esto Juan escribe
En este pasaje.
¿Cuáles son nuestros temas
de conversación favoritos? ¿Los del mundo o los de Dios? ¿Puede un hijo de Dios
únicamente hablar de lo que está en el mundo y no hablar nada acerca de Dios?
Esta es una de las
evidencias del verdadero cristiano, le gusta hablar de Dios, le gusta compartir
con otros lo que descubre sobre Dios en la Biblia, disfruta comparando incluso
doctrinas sin querer convencer a nadie. Hablar de Dios no es más que la muestra
de que lo conocemos y que le amamos.
Cualquier enamorado no deja
de hablar de la persona a la que ama, está todo el día en su cabeza, los que
somos de Dios no deberíamos dejar de hablar de Dios nunca, debería ser el tema
central de conversación y esto nos llevará a juntarnos con otros que son de
Dios, con otros con los que compartir la fe, con otros que estudian en la
Biblia la esencia de Dios y la comparten.
El gozo es completo cuando
hablamos de Dios, enriquece nuestro espíritu, lo eleva y lo fortalece.
Sería bueno hacernos esta
pregunta ¿Podremos estar hoy todo el días sin hablar de Dios?
Dios les bendiga
abundantemente.
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