LECTURA
DIARIA:
1
Juan capítulo 5
Nuestra
fe está sustentada en el hecho de que Cristo, el ungido de Dios, su enviado, el
mesías es Jesús quien vivió para cumplir la voluntad divina. Y todo aquel que
cree en su testimonio ha nacido de Dios, y como ha nacido de Dios percibe su
amor y con ese mismo amor ama a su familia.
Nuestro
amor para con Dios se demuestra cuando elegimos seguir en nuestro corazón y
poner por obra sus mandamientos.
Así
como Dios nos ha dado su precioso amor, en nosotros ahora surge la necesidad
imperiosa de obedecer su mandato a través de nuestra conciencia, no es
sencillo, ni fácil al comienzo, pero poco a poco mientras más intimamos en
oración y en las escrituras la obediencia se hace fácil. La desobediencia
proviene de nuestra naturaleza carnal que ahora está sujeta a la naturaleza
divina que ha surgido en nuestro interior, lo cual nos permite obedecer sin
cuestionamientos, pero con verdad y conciencia, no obedecemos ciegamente,
obedecemos porque podemos ver más allá de lo evidente al ojo humano.
Nacer
de nuevo es algo que ocurre al interior, lo espiritual vuelve a renacer y es
desde allí donde el creyente puede vencer al mundo y todo lo que este le
ofrece. Con ese nuevo nacimiento surge el vehículo que nos conecta con lo
espiritual que es la fe, y a través suyo podemos encontrar la fortaleza en
medio de nuestra debilidad para alcanzar la victoria contra el pecado, contra
nuestra vieja naturaleza.
Es
por medio de la fe que lo espiritual puede volverse una realidad para el
creyente, es por ella también que puede comprender la obra redentora de Cristo,
y es por ella que creemos que Jesús es el Hijo de Dios, esto no puede ser
entendido desde una perspectiva teológica o de la razón, es algo que surge
desde el interior, algo que se intuye y se sabe, sin necesidad de tener un
porque.
Para
el mundo la verdad es un mero concepto, pero para el creyente la verdad es una
realidad que se experimenta en su diario vivir, mientras es expuesto a la
presencia de Dios a través de su Espíritu Santo. Su espíritu en nosotros nos
permite comprender aquello que de otra manera parece ilógico. Como es posible
que el Hijo de Dios venga por medio del agua y la sangre, pero su testimonio
ahora es verdadero, antes parecía solo un cuento, ahora es real. Vino mediante
agua y sangre porque ellos son tipología de la salvación, de un nuevo comienzo,
de un nacimiento que tuvo lugar con su nacimiento de una virgen y la
consumación de su obra en la cruz. Su ministerio comenzó con el agua con la que
Juan bautista le bautizo sobre el Jordán, y termino su ministerio con el
derramamiento de toda su sangre en la cruz como prueba de esa entrega total.
Tres
sustancias dan testimonio de la verdad, ellas declaran y testifican que el
mesías esperado llego por medio de ellas, Pues fue el espíritu quien le
permitió se concebido por una virgen, el agua y la sangre consumaron su obra
redentora para con la humanidad como catalizadores de esa esencia que fue
entregada por la vida.
Estas
tres sustancias provienen de Dios y para el dan testimonio de la verdad, por
eso son más valederas que cualquier testimonio humano.
Quien
creen en el hijo, le es revelado el testimonio que estas sustancias dan acerca
de él, para el que no cree, esto es locura, no tiene sentido.
El
hijo ha servido al propósito del Padre que le ha permitido hacer disponible la
vida eterna por medio de la fe a los que creen. Estas sustancias esenciales dan
testimonio de la vida, esa vida que comenzó con el hijo y ahora se perpetúa en
nosotros.
El
que permanece en unidad con el Hijo, tiene la vida y ella fluye por su ser,
mientras aquel que no tiene al hijo, la vida espiritual no puede fluir por su
ser.
Debe
ser notorio para el creyente el entender por revelación lo que es la vida
eterna y Juan habla sobre ella, aunque sus palabras son vacías si aquel que
escucha no ha percibido el testimonio de la verdad.
Ahora
confiados en la vida que nos pertenece, y a la cual pertenecemos, podemos ir
confiadamente, pues la confianza solo puede surgir con el entendimiento y la
verdad. Podemos acercarnos a Dios y pedir conforme a su voluntad mientras ella
es revelada a nuestros corazones, no pedimos para satisfacer nuestros egos,
pedimos para cumplir la voluntad del Padre, pues estamos confiados en que lo
que él haya dispuesto es lo mejor para nosotros.
Confiados
en el Padre y su atención para con nosotros en medio de la oración, la
seguridad y la certeza son comunes al propósito por el que oremos. No podemos
orar desde el temor, debemos orar desde la confianza, con la seguridad de que
se nos ha concedido lo que pedimos si es conforme a la verdad.
Toda
injusticia y toda obra que nace de la naturaleza carnal es pecado, pero este
pecado no conduce a muerte si es atendido en forma diligente por la
congregación y los hermanos en la fe. Pero existe un pecado que conduce a la
muerte espiritual y por este Juan solicita que no se interceda pues por estos
pecados como la blasfemia al Espíritu Santo, no hay intercesión que funcione a
su favor.
Si
hemos nacido de nuevo en Dios para vida eterna, el pecado ya no habita en
nosotros, pero eso no nos hace infalibles, y como no somos perfectos, Jesús que
tiene y conoce nuestra naturaleza nos protege y mientras no lo disponga, el
adversario no puede tocar nuestras vidas.
Esto
debe ser entendido, el control del mundo ya no le pertenece al hombre, este fue
entregado al ceder al pecado, quien lo controla ahora reconoce nuestra nueva
naturaleza e intentara devorarnos como león rugiente.
Pero
no debemos temer, porque el Hijo ha venido, nos conoce, nos ha dado
entendimiento para llegar a la verdad y dejar todo engaño, de modo que podamos
reconocer al Dios verdadero y la vida eterna que ahora ha sido dispuesta en
nuestros corazones por la fe.
Como
hijos de Dios apartémonos de toda idolatría, de darle mayor importancia a las
cosas o personas que no deben tenerlo, para que al darle la importancia que
Dios merece en nuestras vidas podamos tener una experiencia de vida enriquecida
por la gracia divina y el amor del Padre.
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