TIEMPO DE REFLEXIÓN
“Y en esto conocemos
que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues
si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe
todas las cosas.
Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza
tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él,
porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables
delante de él. Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su
Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. Y el
que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos
que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado”. 1 Juan 3. 19 – 24
Las dudas son y serán el
gran enemigo interior del ser humano, dudas ante decisiones, dudas ante los
problemas, dudas sobre lo incierto, dudas que crean incertidumbre e
intranquilidad. Pero la duda no tiene por qué ser algo negativo, pero sí que
puede llevarnos a perder muchas cosas.
La duda surge, un pequeño
pensamiento aterriza en nuestra cabeza, se asienta y empieza a hacer raíces, y
las raíces llegan a nuestro corazón, y nos llevan a preguntarnos, ¿realmente
soy cristiano?
Pero ¿Pueden surgir las
dudas acerca de Dios en alguien que es cristiano? ¿Un verdadero hijo de Dios
puede plantearse que Dios no exista? Tristemente sí que es posible, pero no
tiene nada que ver con Dios sino con nosotros. Cerca de Dios no existe la duda,
sino la certeza, al estar con un espíritu activo que se relaciona con el
Espíritu Santo que vive en nuestro interior lo único que crea es certeza e
identidad, nuestro corazón nos reprende, y cuando nuestro corazón calla, el
mismo Espíritu nos recuerda sus mandamientos.
Juan escribe este mensaje
afirmando la confianza que debemos tener en Dios.
Cuando llegan momentos en
que dejamos de relacionarnos con Dios, que nos alejamos de Él, ahí somos
vulnerables, la presión y el mensaje de la sociedad acerca de la no existencia
de Dios viene del cielo como un ave y hace nido en nuestro corazón, dejamos de
relacionarnos con Dios, y llegan las incertidumbres, pero gracias, porque Él es
el que permanece en nosotros, podemos ser como el hijo pródigo, pero de seguro
Él nos hará volver en sí, nos llevará de nuevo a relacionarnos con Él, y las
dudas se disiparán. El Espíritu Santo es el que se encarga de que nuestro gozo
sea completo trayendo seguridad y certeza de que somos hijos de Dios.
Dios les bendiga
abundantemente.
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