viernes, 20 de abril de 2018

Leyendo... Isaías capítulo 6





LECTURA DIARIA:
Isaías capítulo 6

La historia de Uzías se encuentra en 2 de Reyes y 2 de Crónicas.
El año de la muerte del rey Uzías fue aproximadamente en 740 a.C. Murió de lepra por tratar de realizar los deberes del sumo sacerdote. Si bien fue en general un buen rey y su reino fue largo y próspero, muchas de sus súbditos se apartaron de Dios.
La visión de Isaías fue su llamado para ser el mensajero de Dios para su pueblo. A Isaías se le encomendó una misión difícil, tenía que decirle a las personas, que se creían bendecidas por Dios, que Él, las iba a destruir debido a su desobediencia.

La sublime visión que Isaías tuvo de Dios en 6.1-4 nos da un sentido de la grandeza, misterio y poder de Dios.
Isaías vio la gloria de Cristo y Jehová, lo mismo que Moisés. La palabra usada aquí para designar al Señor es Adonai, que significa «Supremo Señor y Maestro»
El ministerio de los serafines se relaciona estrechamente con el trono y las alabanzas a Dios. Estos están constantemente glorificando a Dios, exaltando su naturaleza y atributos, y aparentemente supervisan el culto celestial.
Santo, santo, santo son exclamaciones de alabanza debido a la revelación de la naturaleza divina. La palabra hebrea para «santo» significa «separado», «irreprochable».
¡Ay de mí ! Después de haber proferido seis ayes en el capítulo 5, el profeta agrega un séptimo, esta vez sobre él mismo como representante de aquella nación voluntariosa. Naturalmente, ellos tienen labios inmundos, incapaces de expresarse de otra manera que no sea la inapropiada.
Viendo al Señor y escuchando la alabanza de los ángeles, Isaías se dio cuenta de que era impuro ante Dios, sin ninguna esperanza para poder alcanzar el nivel de santidad de Él. Sin embargo, cuando el carbón encendido tocó sus labios, le dijeron que sus pecados eran pecados. No fue el carbón lo que lo limpió, sino Dios. En respuesta, Isaías se sometió por entero a su servicio. No importaba cuán difícil sería su tarea, dijo: «Heme aquí, envíame a mí». Fue necesario el doloroso proceso de limpieza antes de que Isaías pudiera cumplir la tarea para la que Dios lo llamaba.
Iluminado, limpio de pecado y llamado por Dios, el profeta está dispuesto a tomar sobre sí la difícil tarea del ministerio profético.
Isaías estaba dispuesto a ser el vocero de Dios.
Al profeta no se le dan esperanzas sobre una respuesta positiva del pueblo. Dios sabía que la situación de éste era desesperada, como sucedería en los días de Jesús.
Dios dijo a Isaías que el pueblo oiría, pero no entendería su mensaje porque engrosaron (endurecieron) sus corazones más allá del arrepentimiento. La paciencia de Dios con su rebelión crónica finalmente se agotó y su castigo fue abandonarlos a su rebelión y dureza de corazón.
¿Cuándo oiría el pueblo? Solo cuando llegaran al final y no tuvieran a quien recurrir más que a Dios. Esto sucedería cuando ejércitos invasores destruyeran la tierra y se llevara a la gente al cautiverio.
El mensaje profético estaba destinado a no tener como resultados la positiva conversión de Israel a su Dios, es decir, el retorno a sus demandas éticas y espirituales, como se ha visto vez tras vez en los capítulos previos. Y esto produce una fuerte desesperación en el profeta. Pero en las últimas palabras de Jehová que concluyen la visión y el capítulo, se encierra el germen de la esperanza: … después de ser derribados, aún les queda el tronco.


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