sábado, 28 de abril de 2018

Leyendo... Isaías capítulo 14





LECTURA DIARIA:
Isaías capítulo 14

Israel retornará de Babilonia a su propia tierra para continuar siendo el instrumento de Jehová.
Un tema notable en Isaías es que los extranjeros (no israelitas) se unirían a los israelitas en su regreso. La intención de Dios era que a través de su pueblo fiel, el mundo entero recibiera bendición. Todo el mundo podría ser salvo por Cristo, a través de la familia de David.

«¡Cómo acabó el opresor! ¡Cómo ha acabado la ciudad codiciosa de oro!
Tras la restauración de Israel, esta canción sería entonada contra Babilonia.
El rey de Babilonia simboliza no solamente a un gobernante específico, aunque no identificado (quizás Sargón), sino a todos los impíos y sus príncipes.
La ciudad y el imperio histórico serían destruidos para siempre. Babilonia también se ha usado como una ilustración de los que se oponen a Dios. Por lo tanto, al final de los tiempos, se destruirán a todos los que se opongan a Dios y el mal se quitará para siempre de la tierra.
El poder es transitorio. Dios permitió que Babilonia tuviera poder temporal con un propósito especial: castigar a su pueblo desobediente. Una vez cumplido el propósito, también terminó el poder.
Satanás fue un ángel llamado Lucero o Lucifer, que enamorado de su propia belleza, cayó en el orgullo y en una sobrestimación de sí mismo. Su rebelión se manifiesta en cinco acciones dirigidas contra Dios. En cinco frases declara que tomará el lugar del Altísimo. Pero los versículos 15-20 revelan que a Dios pertenece la última palabra.
El pecado fundamental de Lucero (o Lucifer) fue su ilimitada ambición, su deseo de ser igual o estar por encima del Altísimo.
El pecado de satanás y Babilonia fue la soberbia. Común a estos tres puntos de vista es la verdad de que la soberbia está en contra de Dios y tendrá como resultado su castigo.
Isaías recibió este mensaje de Dios en 715 a.C., el año en que murió el rey Acaz de Judá. «La vara del que te hería» no fue Acaz sino Salmanasar
Los filisteos aparentemente ofrecieron concertar una coalición contra Asiria. Isaías había advertido contra tales alianzas externas.
Este capítulo se refiere a un fenómeno histórico religioso, en cierto sentido nuevo, que tiene que ver con una considerable cantidad de babilonios que se convirtieron al judaísmo mientras los judíos permanecieron cautivos en Babilonia. Ellos optaron por compartir el destino de Israel, aunque el profeta todavía no logra esconder su rencor contra ellos. A este fenómeno también se refiere la segunda parte de Isaías, aunque en términos más positivos.
El juicio contra Babilonia se vislumbra como un día sombrío, como el mismo día de Jehová. Ante la cercanía de ese día se contempla un éxodo masivo de Babilonia, hasta el punto de que la gente que quede en ella sea tan poca como el oro, considerado caro por su rareza.
Se vislumbra la total destrucción de Babilonia por mano de los medos. Aunque las cosas no sucedieron así inmediatamente después de la caída de Babilonia, porque a la verdad la ciudad no fue destruida como esperaba el profeta, esta profecía expresa el fuerte sentimiento de amargura contra Babilonia que se cobijaba en el fondo del corazón de los judíos del cautiverio. Con el paso de los siglos Babilonia sí tuvo el final profetizado, tras ser destruida por Seleuco Nicator, rey de Siria, en el año 312 a. de J.C. Habían transcurrido en el intervalo el apogeo y la decadencia del imperio persa y del imperio macedónico.


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