lunes, 12 de septiembre de 2016

Leyendo... Números capítulo 5

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LECTURA DIARIA:
Números capítulo 5

Si el pueblo iba a gozar de las bendiciones divinas en la marcha, en la guerra y en la vida en general, tenía que ser un pueblo santo porque Dios es un Dios santo. Para mantener la santidad, el pueblo tenía que evitar la inmundicia o la contaminación en todas sus formas. 
La contaminación moral y espiritual resulta del pecado y de no cumplir los votos. Pero el concepto de la inmundicia también influye la contaminación física que resulta de la suciedad, la enfermedad y la muerte. 
Por eso, antes de salir del monte Sinaí en el viaje hacia la tierra prometida, el pueblo tenía que saber cómo evitar y/o limpiarse de la contaminación en todas sus formas. 
Este pasaje mandaba que todos los contaminados debían ser expulsados del campamento. 
Hoy podemos ver que hay buenas razones higiénicas detrás de estas reglas, evitan el contagio y ayudan a mantener la salubridad del pueblo. Pero los hebreos y otros pueblos del mundo antiguo no distinguían entre lo sagrado y lo secular, lo espiritual y lo físico. Toda enfermedad o condición anormal, y mucho más la muerte, estaba en contra de la vida y el bienestar que Dios concede. Por eso, la muerte, la enfermedad y la impureza en todas sus formas estaban en contra de la santidad de Dios. 
Dios mismo habitaba en medio del campamento de su pueblo, y no podían tolerar que nada inmundo entrara en el campamento. Si el campamento llega a estar contaminado, un Dios santo tendría que retirarse. Para evitar eso, había que excluir a toda persona inmunda del campamento, por lo menos hasta cumplir el tiempo y los requisitos necesarios para su limpieza.
En el NT, vemos que Jesús no evitó el contacto con las personas contaminadas. Tocó a un leproso; fue tocado por una mujer con un flujo de sangre; y tocó a los muertos. 
Jesús aplicó el mismo principio que anunció, nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar. 
Lo que contamina al hombre ante Dios es la actitud de su corazón. Jesús entonces hace una distinción entre la contaminación física y la espiritual. 
El contacto con algo desde afuera puede ensuciar el cuerpo y quizá dañar la salud; por eso, hay que practicar buena higiene. Pero el contacto con la contaminación física no es un pecado que condena al hombre delante de Dios. Este es el primero de tres pasajes que tratan de la contaminación moral que resulta de la infidelidad o el incumplimiento de los votos. El contexto demuestra que “los pecados” se refiere al hurto o el acto de defraudar a otro. Pero al traicionar la confianza del prójimo, uno también traiciona (mejor que “ofender”) a Dios. 
Tal persona es culpable no sólo de un pecado contra su prójimo, sino también de un pecado contra Dios. Tal pecado contamina la comunidad y tiene que ser tratado.
Para restaurar la solidaridad de la comunidad, el pecador tenía que devolverle al defraudado todo el valor hurtado, más el 20%. Si el defraudado ya no vivía ni tenía un pariente cercano (pariente redentor) para recibir la restitución, entonces el pecador tiene que pagarla a Dios a través del sacerdote. Este es el elemento nuevo que este pasaje agrega. También, había que presentar un cordero, en sacrificio a Dios para la expiación de su pecado. 
Cuando la restitución se pagaba al sacerdote, todo el valor pertenecía al mismo sacerdote. La regla general era que toda cosa presentada a cierto sacerdote queda con él. 
Este pasaje subraya la necesidad de la honestidad en las relaciones con el prójimo y con Dios.

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