martes, 20 de septiembre de 2016

Leyendo... Números capítulo 13


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LECTURA DIARIA:
Números capítulo 13

De acuerdo al mandato dado por DIOS, Moisés instruye a los hombres elegidos del pueblo que reconozcan la tierra. 


Para ir a Caanán debían pasar por el Néguev, una región semiárida en el sur entre Cades y Beerseba, y subir al monte, la parte central de lo que después llegó a ser el territorio de Judá y Efraín. Debían observar si la tierra era fértil o árida y si sus habitantes eran fuertes o débiles.
El desierto de Zin quedaba al sur de la tierra, un poco al noreste de Cades, mientras que Rejob hacia Lebohamat quedaba al norte. Hamat era una ciudad muy al norte, en el territorio de los sirios o arameos.
En la región de Hebrón, los espías encontraron varios de los descendientes de Anac.
Los tres nombres mencionados Ahimán, Sesai y Talmai probablemente indicaban clanes en vez de individuos. Como pasó a menudo en el mundo antiguo, estos clanes aparentemente se nombraron o por sus jefes o sus antepasados. Los hijos de Anac eran una raza de gigantes.
Además de gigantes y ciudades fuertes, los espías encontraron que la tierra tenía fruto en abundancia. En el arroyo de Escol (“racimo”), cortaron una rama con un racimo de uvas tan grande que tuvo que ser llevada con un palo entre dos hombres.
Los 40 días mencionados eran tiempo suficiente para que hombres fuertes hicieran un viaje de unos 800 a 1.000 km. Aun haciendo un reconocimiento de toda la tierra de Canaán, había varias razones por el interés especial en la región de Hebrón. Abraham estaba viviendo cerca de Hebrón cuando recibió por primera vez la promesa de que sus descendientes heredarían la tierra. El único terreno que Abraham compró, la cueva de Macpela, quedaba cerca de Hebrón, y allí estaban sepultados Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, y Jacob y Lea. Quizá más importante, en montar una invasión de la tierra desde el sur, Hebrón era la primera ciudad importante que los hijos de Israel iban a encontrar.
Al volver al pueblo, los 12 espías dieron su informe. Afirmaron que Canaán era una tierra buena, donde fluía leche y miel, y mostraron el fruto de la tierra.
Pero tuvieron miedo de los pueblos fuertes, las ciudades fortificadas y los gigantes.
Nombran algunos de los pueblos que habitaban la tierra. Los amalequitas eran nómadas que vagaban en diferentes grupos a través de la península siniática y el Néguev. Los israelitas ya se habían enfrentado a un grupo de ellos en la guerra y experimentaron una derrota de las manos de los amalequitas y cananeos.
Después de escuchar el informe de la mayoría, Caleb presenta el informe de la minoría de los espías. Caleb admite que hay enemigos fuertes dentro de la tierra, pero anima al pueblo a confiar en Dios, quien ha prometido varias veces echar fuera a todos estos enemigos.
Los israelitas ya habían visto las grandes cosas que Dios había hecho en su favor y cómo derrotó a los egipcios. Por eso, el pueblo de Dios debía saber que con la ayuda de Dios, como dijo Caleb: “¡nosotros podremos más que ellos!”
Pero los otros espías respondieron con una vergonzosa falta de fe. “No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros”
El informe de la mayoría de los espías era una difamación de la tierra y demostraba una falta de fe en las promesas de la protección divina.
Vuelven al problema de los gigantes. Tenían el “complejo de la langosta”: “No podemos hacer nada porque somos pequeños y débiles.”
Dios nunca ha negado la presencia de enemigos y desafíos reales; sólo nos anima a mirarle a Él, y no a nuestras limitaciones. Nos anima a confiar en sus promesas y su poder, como en ese momento, en vez de en nosotros mismos.

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