domingo, 8 de mayo de 2016

Leyendo... Génesis capítulo 7


LECTURA DIARIA:
Génesis capítulo 7


Tal como Dios le había mandado, Noé construyó el Arca. Debemos pensar que los habitantes de su ciudad, al verlo en tamaña tarea, seguramente se burlaron de él y no hicieron caso a sus advertencias.

Noé siguió firme en la construcción, el arca ya estaba terminada; y ahora, con el espíritu de una fe implícita, que había influido en toda su conducta, Noé esperaba órdenes de Dios.
Las parejas de toda especie de animales, excepto los habitantes de los mares, habían de ser tomados para la conservación de sus respectivas clases. Esta fue la regla general de admisión; pero en cuanto a aquellos animales que se llamaban “limpios”, fueron tomados tres pares, tanto de animales como de aves; y la razón fue que su rápida multiplicación era asunto de suma importancia, cuando la tierra fuera renovada debido a su utilidad como artículos de alimento o para el servicio del hombre.
Pero ¿para qué era el séptimo individuo de cada clase? Evidentemente estaba reservado para él sacrificio; de modo que durante la residencia de Noé en el arca, y después de su regreso a tierra seca, fue hecha provisión para celebrar los ritos del culto según la religión del hombre caído. Noé no dejó atrás su religión, como muchos. Hizo provisión para ella durante su prolongado viaje. Después de siete días, comenzó a llover torrencialmente como Dios le había dicho a Noé.
Ese día Noé entró al Arca con toda su familia y los animales fueron entrando de dos en dos.  Y llovió durante cuarenta días y cuarenta noches sin parar, de manera que las aguas comenzaron a cubrir todo lo que había sobre la tierra, y los hombres y todo ser viviente murieron cubiertos por las aguas.
Aunque llovió cuarenta días seguidos, la Biblia nos dice que las aguas cubrieron la tierra por ciento cincuenta días que fue el tiempo en que recién las aguas comenzaron a descender para dejar la tierra seca.
Debemos imaginar que el viaje de Noé sobre tantas aguas y en medio de grandes tormentas, no debe haber sido agradable. Sin embargo él siempre confió en Dios, que no le olvidó. Fue así que después de ciento cincuenta días Dios hizo que las aguas comenzaran a descender.


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