UN
MOMENTO CON DIOS
Acerquémonos
confiadamente a Dios.
“Pero José les dijo: No temáis, ¿acaso estoy yo en lugar de Dios?” (Génesis 50. 19)
Al
igual que José, Jacob acabó sus días viendo la fidelidad y el amor de Dios en
su vida y la de su familia. El cortejo fúnebre debió haber sido espectacular.
Los más altos funcionarios del faraón iban en él rodeados por cientos de carros
de guerra de la nación más poderosa de la tierra en esa época.
¡Qué
gran despedida para un hijo de Dios y qué gran amor y respeto tenían los
egipcios por José!
Una vez
enterrado Jacob los hermanos de José pensaron: “Ahora José mostrará su
enojo y se vengará por todo el mal que le hicimos… “, así que enviaron un
mensajero diciendo que su padre les había dicho antes de morir que le dijeran
que los perdonara: “Por eso nosotros, los siervos del Dios de tu padre, te
suplicamos que perdones nuestro pecado… “
Para
los hermanos de José, ellos eran “los siervos del Dios de tu padre” ¡de alguien
más! Tantos años viendo a Jacob relacionarse con el Señor y más ahora teniendo
dos ejemplos vivos ante sus ojos de lo que una relación personal con el Señor
podía hacer en sus vidas y no podían llamar a Dios su Dios.
Si
anhelamos una transformación en nuestra vida y ver cumplir Sus propósitos y
promesas en nosotros, no podemos caminar lejos de Él y conocerlo de oídas por
lo que otros hablan de Dios.
Algunas
personas les dicen a otros, equivocadamente, que les consideran a ellos “más
cristianos”: “A ti que te escucha Dios, pídele que…”.
¡Es que
Dios nos escucha a todos! Pero no todos estamos dispuestos a pagar el precio de
acercarnos a Él, no queremos rendir nuestra vida, darle de nuestro tiempo ni hacerle
un espacio en la agenda, ¡pero sí queremos que venga en nuestro rescate y
resuelva nuestros problemas!
En su
misericordia Dios viene a ayudarnos y salvarnos una y otra vez, pero hay mucho
de Él que nos estamos perdiendo al no entrar en una relación con Él y al
acercarnos más a pedirle y reclamarle una oración no contestada que a conocer
su corazón.
“Pero
José les respondió: —No me tengan miedo. ¿Acaso soy Dios para castigarlos?”
Una de las
cualidades que más nos cuesta aprender y aceptar de Dios es su soberanía,
es decir esa autoridad máxima y suprema que tiene Él para hacer lo que quiera,
cuando quiera, como quiera, donde quiera y sin necesitar el permiso de alguien
más para hacerlo.
Permitir
que alguien tenga soberanía sobre nosotros nos da miedo.
¡Qué difícil
es dejar en manos de Dios el control de nuestra vida!
En más
de una ocasión hemos tomado decisiones bajo la absurda y nada inteligente idea
de que si no intervenimos nosotros, otras personas determinarán el rumbo de
nuestra vida.
La
soberanía de Dios es más fácil de aceptar y hasta disfrutar cuando conocemos
por experiencia personal que detrás de ella hay un corazón misericordioso que
nos ama con profunda, continua y perseverante pasión:
¡El
corazón de nuestro Salvador!
Dios les
bendiga abundantemente.
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