jueves, 28 de junio de 2018

Leyendo... Jeremías capítulo 8



LECTURA DIARIA:
Jeremías capítulo 8

Sacarán los huesos de un sepulcro era un acto de sacrilegio y desgracia para todos aquellos cuyos huesos son profanados.
La amenaza de que las tumbas del pueb
lo de Judá se abrirían era horrible para un pueblo que honraba en gran manera a la muerte y creía que abrir tumbas era una gravísima profanación. Este sería un sarcástico castigo para los idólatras: sus cuerpos yacerían bajo el sol, la luna y las estrellas, los dioses que creían podían ayudarlos.
Israel es completamente indiferente a la Palabra de Dios. Las aves conocen e interpretan el destino divino, pero el pueblo de Dios no.
A medida que Dios observaba la nación, veía que la gente vivía una vida de pecado que ella misma eligió, engañándose de que no habría consecuencias. Perdieron la perspectiva respecto a la voluntad de Dios para sus vidas e intentaban minimizar su pecado.
No habiendo comprendido la ley de Jehová escrita, los sabios rechazaban ahora la palabra de Jehová que se escuchaba por boca de los profetas.
Judá era como una vid o una higuera estéril, que no daba uvas o higos, y estaba destinada a la destrucción. Sus hijos huyeron a refugiarse en las ciudades fortificadas, pero no estaban a salvo.
El profeta se lamenta por su pueblo, algunos de cuyos hijos estaban en el exilio, en tierra lejana. La gente estaba perpleja; Jehová estaba en Sion, pero ellos habían sido derrotados.
Jeremías implora a Dios que salve a su pueblo.
¡Pasó la siega, se acabó el verano, pero nosotros no hemos sido salvos!
Estas palabras ofrecen una ilustración vívida de la impresión de Jeremías cuando vio a su pueblo rechazar a Dios.
A pesar de que la enfermedad espiritual del pueblo seguía siendo muy profunda, podía curarse. Sin embargo, el pueblo rechazó la medicina. Dios podía sanar las heridas que se ocasionaron, pero Él no los obligaría a recibir sanidad.

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