miércoles, 31 de mayo de 2017

LEYENDO... 2 de Crónicas capítulo 3



LECTURA DIARIA:
2 de Crónicas capítulo 3

Salomón construyó un templo permanente en el monte de Moriah para reemplazar el tabernáculo móvil, ahora en Gabaón, el cual había acompañado a Israel en el desierto.
El monte Moriah también fue el lugar donde Dios detuvo a Abraham para que no sacrificara a Isaac. David compró la tierra cuando era un campo para trillar.
Aun cuando nadie puede construir un edificio apropiado para Dios, este templo iba a ser lo mejor que los humanos pudieran diseñar. El cuidado y el trabajo de los artesanos eran actos de adoración por sí mismos.
Las medidas aquí mencionadas son las mismas que usó Ezequiel en la visión que tuvo del templo y equivalen a veintisiete metros de largo por nueve de ancho.
Las especificaciones para el edificio fueron concretas, siguiendo el uso del antiguo patrón de medidas. No obstante, lo que carecía en tamaño fue compensado por la calidad del material invertido en la construcción y en el ornato. Tomando en cuenta las especificaciones para el pórtico, esta parte de la estructura era impresionante en su interior, por la cantidad de buen oro invertido para cubrir su superficie. En esta instancia y en las subsecuentes, el cronista se esmera en usar la afirmación oro puro, indicando que lo que se dedica a Dios deber ser siempre de lo mejor.
Según la tradición del pueblo hebreo, los primeros frutos de la cosecha debían ser dedicados a Dios, los animales ofrecidos como sacrificios debían ser sin tacha alguna y los diezmos debían ser dados en su totalidad para ser administrados por el templo.
Los dos querubines, cuyas alas extendidas eran de 20 codos de largo, no deben ser confundidos con los pequeños querubines del arca que llenaban el lugar santísimo. El velo del templo corresponde al velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo. El velo portaba el mensaje claro de que el acceso espiritual a Dios seguía cerrado hasta que Cristo obrara la redención y restaurara la paz entre Dios y el hombre, según Mateo 27.51, el velo rasgado en el momento de la muerte expiatoria de Cristo, dejaría el camino a Dios abierto.

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