UN
MOMENTO CON DIOS
Somos
creación de Dios
“Dios mío, tú fuiste quien me formó en el vientre de mi madre. Tú fuiste quien formó cada parte de mi cuerpo. Soy una creación maravillosa, y por eso te doy gracias. Todo lo que haces es maravilloso, ¡de eso estoy bien seguro!”. (Salmo 139. 13 – 14)
Este
gigante nos echará al suelo y nos pisoteará hasta que no podamos levantar la
cabeza, y si logramos levantarla, caminaremos con la mirada clavada al piso
como si tuviéramos que pedir permiso a todos para andar en este mundo.
La baja
autoestima, como hoy se llama al complejo de inferioridad tiene lugar cuando no
se tiene conciencia del propio valor personal. La baja autoestima puede
comprometer todas las relaciones, en lo personal, profesional, afectivo,
familiar, social.
El
complejo de inferioridad nos hace sentir que somos menos capaces que los demás.
Vivimos con la constante preocupación de no valemos nada, de que todos son
mejores que nosotros, de que lo que nosotros hacemos no será aprobado por
nadie. Poco a poco vamos rindiéndonos a este gigante.
Este
gigante tiene varias puertas de ingreso a nuestra vida. A veces puede ser
nuestra apariencia, que soy muy alto, o que soy muy bajo, que soy muy gordo o
que soy muy flaco, que tengo el cabello lacio o el cabello ondulado, que tengo
la piel clara o la piel oscura. A veces es la manera como vestimos, a veces los
talentos que poseemos, a veces los bienes que tenemos. Cuando el gigante del
complejo de inferioridad logra atravesar alguna de estas puertas se instala
cómodamente en nuestra vida y nos causa todo tipo de estragos. Algunos de los
grandes hombres de Dios fueron atacados por este gigante en algún momento de su
vida.
Moisés
fue uno de ellos. Moisés fue llamado por Dios, pero cuando se enteró que Dios
quería que fuera a Faraón, el gigante del complejo de inferioridad atacó y
Moisés dijo: Nunca he sido hombre de fácil palabra. Soy tardo en el habla y
torpe de lengua. Jeremías es otro ejemplo. Fue hijo de un sacerdote y DIOS le
había hablado personalmente. Cuando Jeremías se enteró que Dios le había
escogido para que sea su portavoz sintió el ataque del gigante del complejo de
inferioridad. Dominado por este gigante, Jeremías respondió: “Ah, Ah, Señor
Jehová. He aquí no sé hablar, porque soy niño”.
Existen
dos cosas que podemos hacer para conquistar a este gigante. Primero podemos
destruirlo con la razón, simplemente usando la cabeza. Dios nos ha puesto la
cabeza sobre los hombros para algo más que para llevar el sombrero. Debemos
usar el poder de la razón. Si de pronto alguien se nos cruzara en el camino y
nos dijera: Vaya, que feo que eres. ¿Qué haríamos? ¿Alimentar el complejo de
inferioridad? Por supuesto que no. Deberíamos razonar inmediatamente. ¿Quién es
juez para decidir entre lo que es feo y lo que es hermoso en cuanto a la
apariencia física?
Conocemos
cientos de personas nada atractivas físicamente, pero que son excelentes como
personas. La hermosura no está en la forma de la cara sino en el alma.
Para
Dios todos somos únicos y tan valiosos que Dios pagó con la vida de su Hijo
para comprarnos.
Dios
mismo nos creó: Dios mío, tú fuiste quien me formó en el vientre de mi madre. Tú
fuiste quien formó cada parte de mi cuerpo. Soy una creación maravillosa, y por
eso te doy gracias. Todo lo que haces es maravilloso,
¡de eso estoy bien seguro!”. (Salmo 139. 13 – 14)
Podemos confiar en Dios, aceptar su gracia y ser llenos de ella. Podemos
apropiarnos de nuestra posición en Cristo. Somos nada más y nada menos que
hijos del Rey. Eso no debemos olvidar jamás. En esto descansa nuestro verdadero
valor. No en como nos parecemos o en las cosas que tenemos.
Lo que
otros piensen de nosotros es asunto de ellos y de ninguna manera afecta el
valor que realmente tenemos para con Dios.
Nosotros
somos valiosos para Dios y punto. Los que piensan que somos menos es porque no
conocen a nuestro Padre celestial y por tanto no saben la riqueza que nuestro
Padre posee.
Necesitamos
atacar con el arma de la fe al gigante del complejo de inferioridad. Cuando lo
miramos con los ojos de la fe este poderoso gigante es como una hormiga. No hay
necesidad de que un creyente se deje dominar por el gigante del complejo de
inferioridad.
Dios
les bendiga abundantemente.
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