UN MOMENTO CON
DIOS
El orgullo nos
separa de Dios
“Altivez de ojos, y orgullo de corazón, y pensamiento de impíos son pecado.” (Proverbios 21. 4)
El orgullo es
en esencia el excesivo amor hacia uno mismo. Quizá no represente mucha
dificultad entender este concepto. Lo que es realmente difícil es determinar si
estamos adoleciendo de este mal. Es fácil detectar el orgullo en otros, pero es
muy difícil detectar el orgullo en nosotros mismos. Saber cómo se manifiesta el
orgullo nos ayudará a identificarlo en nuestras vidas. El orgullo se manifiesta
en una jactancia de los logros personales.
El orgullo se
manifiesta también en un afán por lograr puestos de importancia. Se manifiesta
en una tendencia a justificar todos los errores que cometemos, en el rechazo a
la disciplina.
El orgullo se
manifiesta también en una resistencia a recibir ayuda de otros cuando se está
en necesidad. Existen personas que piensan que recibir ayuda de otros es una
ofensa a su dignidad.
El orgullo
además se manifiesta en envidia. La raíz de la envidia es el orgullo. La
persona envidiosa cree que nadie más que ella debe recibir los mejores elogios,
los mejores bienes, el mejor trato.
Se manifiesta
en la propensión a criticar en lugar de alabar a otros, en la burla de los
demás, especialmente de aquellos que son considerados inferiores. Otra
manifestación del orgullo es el rechazo a la autoridad. Las autoridades son
puestas por Dios, no importa si se trata del hogar o la iglesia o el trabajo, o
el país, pero si nos hallamos resistiendo a esas autoridades, en realidad
tenemos un problema de orgullo en el corazón. El orgullo se manifiesta también
en ostentación de la propia sabiduría. Es la persona que siempre se halla
respondiendo a preguntas que nadie ha hecho. Solo quiere demostrar cuán sabio
es. El orgullo se manifiesta además en una apatía hacia la palabra de Dios y la
oración. El creyente que no estudia la Palabra de Dios y nunca ora, está
jactándose de que puede enfrentar la vida por sí solo.
La persona
orgullosa piensa sólo en sí misma y no le importa lo que pase con los demás. Al
revisar las manifestaciones del orgullo, es inevitable reconocer que cual más,
cual menos, todos tenemos problema con el orgullo.
DIOS realmente
aborrece el orgullo. La caída de satanás tuvo mucho que ver con el orgullo.
Mucho de la
falta de bendición en vidas de personas se origina en el orgullo. Lo mismo
encontramos en Proverbios 16.18 donde dice: “Antes del quebrantamiento es la
soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”.
De igual
manera, Isaías 2.11 dice: “La altivez de los ojos el hombre será abatida, y la
soberbia de los hombres será humillada; y Jehová solo será exaltado en aquel día.”
Es muy peligroso atesorar orgullo en el corazón. Dios lo aborrece y lo castiga
con firmeza.
Ahora que
sabemos cuán peligroso es el orgullo, es necesario buscar la manera de
evitarlo.
Reconociendo la
presencia del orgullo en el corazón. Es el primer paso, si nuestro orgullo no
nos permite reconocer que somos orgullosos, jamás lograremos dominar al gigante
llamado orgullo. Confesando a Dios el orgullo como pecado.
No
justifiquemos el pecado de orgullo. No lo llamemos debilidad o rasgo de
carácter. Llamémoslo pecado, porque así es como Dios lo conoce.
Cultivemos la
comunión con Cristo. No hay persona más humilde que Él. Hablando de su
humildad, Filipenses 2.5 - 8 dice: “Haya, pues, en vosotros este sentir que
hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el
ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz.” Esta cualidad de Cristo Jesús se contagia en la medida que
cultivamos la comunión con él.
La vida
auténticamente cristiana se caracteriza por la libertad del orgullo.
Dios les bendiga
abundantemente.
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