UN MOMENTO CON
DIOS
La ansiedad va
en contra de la fe.
“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” (Filipenses 4. 6)
La ansiedad
tiene que ver con un estado de preocupación o afán, que se produce por el mal
presagio en algún asunto. La ansiedad entonces tiene que ver con asuntos o
cosas que todavía no han pasado, pero pensamos que pueden pasar.
Si nuestras
vidas están entregadas a la ansiedad, corremos ciertos riesgos. Primero, la
pérdida del gozo en la vida cristiana. La Biblia dice que Jesús vino a darnos
una vida abundante. En Juan 10.10 leemos: “El ladrón no viene sino para hurtar
y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia.”
Las
preocupaciones nos hacen perder la perspectiva de la vida. Cuando estamos
preocupados vemos las cosas distorsionadas. Es uno de los peligros de vivir en
ansiedad.
Las preocupaciones
nos pueden echar a perder la salud. Las preocupaciones están íntimamente
ligadas a problemas digestivos, problemas cardíacos e inclusive contribuye a la
pérdida del cabello y las manchas en la piel.
Lo primero que
necesitamos hacer es reconocer que la ansiedad es pecado. En esencia el pecado
es todo aquello que niega algo que Dios es o ha dicho. La ansiedad niega las
promesas de Dios. En el Salmo 55.22 leemos: “Echa sobre Jehová tu carga, y él
te sustentará; no dejará para siempre caído al justo.” La promesa de Dios es
que él nos va sustentar y que no nos va a dejar caídos para siempre, siempre y
cuando echemos sobre él nuestras preocupaciones. Pero cuando nos dejamos
controlar por la ansiedad estamos en un sentido negando esta palabra de Dios,
diciendo: Dios no tiene poder para sustentarme cuando me venga una adversidad.
El Padre sabe
de qué cosas tenemos necesidad, aun antes de que pensemos en pedir o hagamos el
pedido con nuestros labios. Pero cuando nos dejamos controlar por la ansiedad,
estamos en un sentido diciendo: Dios no sabe lo que me va a pasar mañana, o la
próxima semana, o el próximo año. Por eso yo tengo el derecho de preocuparme
hoy.
Entreguemos toda
ansiedad a Dios. Como resultado, Dios mismo nos dará el poder para librarnos de
la ansiedad. La ansiedad y la oración no van nunca de la mano. Por eso alguien
lo ha dicho muy bien: Si vas a orar, para qué preocuparte. Pero si vas a
preocuparte, para qué orar.
Es necesario
controlar los pensamientos. Isaías 26.3 dice: “Tú guardarás en completa paz a
aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”.
Ocupemos la
mente en las cosas de Dios. Pensemos en las cosas que Dios dice en su Palabra y
confiemos plenamente en Él, no solo para los asuntos grandes de la vida sino también
para los asuntos pequeños.
Esto no
significa que nunca habrá pruebas o problemas. Las pruebas son parte de la
experiencia cristiana. Si hacemos que la felicidad no dependa de las cosas o
las circunstancias, sino de la relación personal con Dios, entonces desaparece
la causa para la ansiedad, porque pase lo que pase no afectará nuestra
felicidad en Cristo.
Dios quiere que
confiemos en El, que echemos toda nuestra ansiedad sobre El, que no andemos
temerosos, sino que acudamos a Él en oración y le digamos, está pasando esto,
pero ¡que se haga tu voluntad! ¡Como tú quieras! Yo voy a descansar.
Dios prometió
estar con nosotros y quiere que confiemos, la ansiedad se va a suplir o
extinguir cuando uno pone su confianza en Dios.
Confiemos en
que Dios conoce nuestras necesidades. Creamos que Dios nos proveerá lo
necesario para nuestra vida.
Dios les bendiga abundantemente.
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