UN MOMENTO CON
DIOS
El rencor daña
el corazón
“No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.” (Lucas 6. 37)
Uno de los
síntomas más notorios del estado de descomposición de la sociedad es el rencor.
El mundo está lleno de esposas rencorosas, esposos rencorosos, hijos
rencorosos, empleados rencorosos, jefes rencorosos, hermanos en la fe
rencorosos y hasta pastores rencorosos. Parece que nadie se librara de este
mal.
Pero la vida
auténticamente cristiana se caracteriza por la ausencia del rencor. Cuando
hablamos de rencor nos estamos refiriendo a ese resentimiento tenaz y arraigado
contra algo o alguien que nos ha causado algún daño en el pasado. Un caso
típico de rencor tenemos en uno de los hijos de David cuyo nombre fue Absalón.
David tuvo varias
esposas, una de ellas se llamaba Maaca, con quien David tuvo una hija llamada
Tamar. Otra de las esposas de David se llamaba Ahinoam, con quien David tuvo un
hijo llamado Amnón. Cuando Tamar y Amnón, se hicieron jóvenes, ocurrió algo
inesperado. Amnón se enamoró locamente de su media hermana Tamar. Pero más que
amor, se trataba de la pasión carnal de poseer sexualmente a Tamar.
Amnón estaba
tan desesperado por poseer a Tamar que, ayudado por un plan de Jonadab,
consiguió lo que quería y mediante engaño ultrajó a su media hermana. Luego del
hecho, Tamar tomó ceniza y la esparció sobre su cabeza y rasgando sus vestidos
se fue gritando. Cuando Absalón, hermano de Tamar lo supo, no dijo
absolutamente nada a Amnón, simplemente le aborrecía por lo que había hecho a
su hermana. El rencor se había instalado en la vida de Absalón.
Pasaron dos
años hasta que el rencor produjo un resultado macabro. Absalón invitó a sus
hermanos a una fiesta y al calor de la bebida, ordenó a sus siervos que acaben
con la vida de Amnón.
Este fue el
desenlace del rencor en la vida de Absalón. Vivir con rencor es en extremo
peligroso. Tiene consecuencias físicas. Las personas rencorosas son propensas a
padecer problemas digestivos y problemas cardíacos. Tiene consecuencias
emocionales. Una persona rencorosa corre serios riesgos de sufrir crisis
nerviosas y vivir en constante depresión emocional. Tiene consecuencias
mentales. La persona rencorosa vive solo pensando en el motivo de su rencor y
esto le impide concentrarse en cosas más provechosas.
La persona
rencorosa es esclava de lo que causó el rencor. Se pasa el tiempo pensando en
eso. El rencor tiene también consecuencias espirituales.
1 de Juan 4.20
dice: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso.
Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a
quien no ha visto?”
El rencor no es
inofensivo. Afecta el cuerpo, el alma, la mente y el espíritu de la persona.
Una vez que
tengamos claro en la mente contra qué o contra quienes tenemos rencor,
perdonemos a cada persona que nos hizo algo malo, inclusive a cada situación
que nos afectó de alguna manera.
Recordemos que
el perdón no es opcional sino una obligación para el creyente. Perdón no es
sinónimo de olvido. Por el hecho de perdonar no necesariamente vamos a olvidar
la ofensa que recibimos.
El perdón debe
ser visto más bien como un compromiso que se hace delante de Dios por el cual
nunca más se va a usar la ofensa como motivo para una discusión y como motivo
para tomar venganza contra el ofensor. Esto es perdón.
El perdón es
como un efectivo detergente que limpia de rencor el corazón. Al perdonar, no
exijamos explicaciones, simplemente perdonemos. A veces no será posible mirar
cara a cara, a quien nos ofendió y contra quien guardamos rencor. Quizá está
lejos, o se ha muerto, o simplemente no quiere saber nada con nosotros. Si es
así, no importa, perdonemos de todas maneras. Hagámoslo delante de Dios y de
corazón.
Una vez que
hemos perdonado, ese pensamiento dañino poco a poco saldrá de nuestra mente y
lo podremos reemplazar con pensamientos edificantes. La vida auténticamente
cristiana está caracterizada por la ausencia del rencor.
Dios les
bendiga abundantemente.
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