sábado, 13 de abril de 2024

Un momento... Nuestro Dios


 

UN MOMENTO CON DIOS

Nuestro Dios

 

“En el sueño, el Señor estaba de pie junto a él y le decía: “Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abraham y de tu padre Isaac. A ti y a tu descendencia les daré la tierra sobre la que estás acostado”. (Génesis 28.13)

 

El Dios de nuestro padre. El Dios de nuestro abuelo. El Dios de nuestra familia, de nuestro pastor, de nuestro profesor, de nuestro vecino. Si Dios no es nuestro Dios, no sirve de nada.

No son las tradiciones familiares las que nos salvan. No son las historias de milagros en la vida de nuestros antepasados los que nos dan un pasaporte a la eternidad. No son las credenciales de nuestros hermanos que nos abren las puertas de la Jerusalén celestial. O Dios es nuestro Dios o no tenemos salvación.

Jacob se acostó a dormir con miedo. En la situación en la que se encontraba, lo último que esperaba era tener una visión divina, pero Dios no está muy interesado en nuestra preparación previa para encontrarnos: Él nos quiere como estamos, donde estamos.

Si estamos en el desierto de nuestra vida, durmiendo con una piedra como almohada, huyendo de nuestro propio hermano y con miedo de lo que nos pueda llegar a ocurrir, definitivamente no es el mejor momento para un encuentro. Nos olvidamos de vestir nuestro traje cristiano, nuestra camisa y nuestra corbata de santidad. Sin embargo, Dios está interesados por salvarnos, por mostrarnos Su amor, por llevarnos a casa. Nos busca, nos encuentra, nos habla… Solo lo hace si nosotros lo dejamos.

El miedo de Jacob se transforma en una sensación extraña. Él conocía al hombre de la punta de la escalera. Había escuchado a su padre y a su abuelo hablar de él de una manera, en un tono y con una familiaridad que para él eran extrañas. Era el Dios de ellos, no el suyo.

Dios no se conforma con ser nuestro Dios familiar. Él no quiere un lugar en nuestros recuerdos, junto al de los seres queridos que respetamos, aunque no los conocemos. Él quiere que lo conozcamos, que lo aceptemos y, después, que lo amemos. Nunca es al revés.

Jacob comienza a ser transformado aquella noche en el desierto. Él se anima a negociar con Dios. “Si me das lo que necesito, yo te doy mi corazón”. No es perfecto, pero sí suficiente. Dios se lo aceptó, y lo fue moldeando hasta que llegó a ser el príncipe que luchó con Dios y con los hombres, y venció.

Con cada uno de nosotros Él puede hacer lo mismo.

Dios les bendiga abundantemente.

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