UN MOMENTO CON DIOS
Arquitectos de nuestro destino
“El jefe le contestó: “Tú eres un empleado malo y perezoso, pues si sabías que yo cosecho donde no sembré y que recojo donde no esparcí, deberías haber llevado mi dinero al banco, y yo, al volver, habría recibido mi dinero más los intereses.” Y dijo a los que estaban allí: “Quítenle las mil monedas, y dénselas al que tiene diez mil. Porque al que tiene, se le dará más, y tendrá de sobra; pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará. Y a este empleado inútil, échenlo fuera, a la oscuridad. Entonces vendrán el llanto y la desesperación.” (Mateo 25. 26 – 30)
Se dice con mucha razón que la
vida es lo que cada uno hace de ella. Esta realidad está muy bien ilustrada por
cierta pintura que se encontró en un templo antiguo. En ella se observa a un
rey que convierte su corona en una cadena. A su lado está la figura de un
esclavo que convierte sus cadenas en una corona.
Alguien dijo: «¡Ojalá
comprenda cada uno que es el árbitro de su propio destino! En ustedes yace su
felicidad para esta vida y para la vida futura e inmortal».
Dicho de otra manera, no son
las circunstancias las que determinan la calidad de la vida, sino la manera
como nosotros decidamos manejar esas circunstancias. Sin embargo, algunos
jóvenes se pasan la vida lamentando lo que no tienen. Razonan que serían
felices si pudieran pertenecer a una familia con mayores recursos económicos. O
si tuvieran por lo menos algunos de los atributos de sus amigos o amigas: un
mejor cuerpo, mayor inteligencia, más habilidad para los deportes, una voz más
agradable, el talento de la música o el don de la simpatía.
Si ahora mismo estamos
cometiendo ese error, conviene recordar la parábola de los talentos (ver Mateo
25. 14 - 30)
El jefe de un negocio entregó
a tres trabajadores una determinada cantidad de dinero para que lo invirtieran.
Dos de ellos así lo hicieron y produjeron ganancias, pero uno escondió el
dinero por temor a perderlo. Cuando el jefe regresó, premió a los que habían
invertido sus recursos dándoles aún más. Pero al que escondió el dinero, lo
llamó «empleado malo y perezoso» y, además, le quitó lo que tenía.
Por esta razón se nos
aconseja: «Los talentos, aunque sean pocos, deben de ser usados»
Dios les bendiga
abundantemente.
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