UN MOMENTO CON DIOS
¿Qué rastro estamos dejando?
“Hay tres cosas, y hasta
cuatro, que me asombran y no alcanzo a comprender: el rastro del águila en
el cielo, el rastro de la víbora en las rocas,
el rastro de un barco en alta mar y el rastro del hombre en la mujer.” (Proverbios 30. 18 – 19)
Los rastros son importantes.
Muchas veces sirven al cazador para lograr dar con la pieza que desea capturar.
Para el cazador experimentado, el terreno es un claro mapa donde las huellas de
la presa le indican en qué dirección se mueve el objetivo, si va acompañado y
el tiempo transcurrido desde que la pieza pasó por ese lugar.
Estos rastros no pueden ser
detectados en terrenos rocosos, en el agua o en el aire porque no quedan
huellas de ningún tipo que permitan determinar la trayectoria ejecutada por el
animal.
Los caminos por los cuales
transitamos no son más que la acumulación de rastros de todas las personas
y vehículos que han utilizado esa vía para desplazarse.
Es decir, la superposición de
rastros da como resultado la creación y la perduración del camino. Quizá
esto fue lo que quiso decirnos el poeta español Antonio Machado con aquello
de “Caminante, no hay camino; se hace camino al andar.”
El hijo de Dios que
cumple con su propósito siempre deja un rastro. Aún después de dejar el
mundo para reunirse con el Señor en la mansión celestial queda el recuerdo y el
ejemplo de Sus buenas obras y de todo lo que hizo para el servicio y la gloria
de Su Señor.
Lamentablemente, hay unos
cuantos hijos de Dios que pasan por este mundo y no dejan ni el más mínimo
rastro de su estadía. Son como ramas secas que dan una sensación de volumen al
árbol, pero no producen ni hojas ni flores ni frutos.
Propongámonos en el nuevo
año que rápidamente se nos avecina dejar un rastro perdurable, no tanto para
que se sepa que por aquí pasó fulano o zutano sino para reflejar la gloria de Dios
que al final es el principal propósito de nuestra existencia.
Dios les bendiga
abundantemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario