domingo, 11 de febrero de 2018

Un momento... PALABRAS QUE BENDICEN, PALABRAS QUE HIEREN


UN MOMENTO PARA PENSAR EN DIOS
PALABRAS QUE BENDICEN, PALABRAS QUE HIEREN

“Del fruto de su boca el hombre comerá el bien; mas el alma de los prevaricadores hallará el mal. El que guarda su boca guarda su alma; mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad.” (Proverbios 12. 2, 3)

El hombre que habla el bien, es recompensado con el bien. Pero el hombre que habla el mal, es recompensado con el mal. Lo que una persona habla es lo que previamente ha guardado en su mente o en su corazón.
Jesús dijo, según Mateo12.34: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca.”
Cuando el hombre ha sido transformado por medio del nuevo nacimiento, al recibir a Cristo como su Salvador, tendrá en su mente la Palabra de DIOS y en consecuencia hablará siempre el bien.
El resultado será la vida abundante de la cual habló Jesús.
Pero por otro lado, cuando el hombre no ha nacido de nuevo y está todavía en su pecado, su mente estará saturada de malos pensamientos y esto le arrastrará a hablar el mal. Como consecuencia sufrirá el mal. Es común también ver en los incrédulos que el mal que piensan hacer a otros les ocurre a ellos mismos.
Otra vez entra en la escena la lengua.
Los dichos “por la boca muere el pez” y “en boca cerrada no entran moscas” son apropiados.
Por un lado, el hombre que habla poco, piensa y vive; y por el otro lado, el que habla mucho, sin pensar está buscando su propia destrucción. Una palabra mal dicha puede causar un daño irreparable.
El proverbio advierte sobre el peligro de hablar hasta por los codos. El hablador contumaz debe saber que está pisando terreno peligroso. Refrenar la lengua es proteger la vida. Cuando una persona habla demasiado, o abre mucho sus labios, tendrá calamidad. En otras palabras, el ligero de labios provoca su ruina.
Las palabras pueden herir y destruir. Santiago reconoció esta verdad cuando declaró: "La lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!" (Santiago 3.5).
Si deseamos tener dominio propio, comencemos con nuestra lengua. Detengámonos y pensemos antes de reaccionar o hablar. Si logramos controlar este miembro diminuto pero poderoso, podemos controlar el resto de nuestro cuerpo.
Así que, cuidado con dar rienda suelta a la lengua, que de nuestra boca solo salgan palabras de bendición hacia otros.
Dios los bendiga abundantemente.

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