jueves, 12 de enero de 2023

Un momento... No despreciemos la disciplina

 


UN MOMENTO CON DIOS

No despreciemos la disciplina

 

 

 “Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor, ni te ofendas por Sus reprensiones. Porque el Señor disciplina a los que ama, como corrige un padre a su hijo querido.” (Proverbios 3. 11 – 12)

 

Nadie sabe lo que se siente cuando se atraviesa una gran dificultad como quien en verdad la está atravesando. Una cosa es ver y otra cosa es vivirlo.

Es muy difícil transmitir a otros qué es lo que sucede en lo más profundo de nuestro ser.

¿Cómo explicar esos sentimientos encontrados y esa frustración que domina nuestro pensamiento en todo momento? ¿Cómo hacer para que los demás entiendan exactamente lo que está ocurriendo con nuestra esperanza y con nuestro ánimo?

El Rey David hace una descripción bastante gráfica de las consecuencias físicas de un espíritu angustiado en el Salmo 102. 3 - 4 “Pues mis días se desvanecen como el humo, los huesos me arden como brasas. Mi corazón decae y se marchita como la hierba; ¡hasta he perdido el apetito!"  

Esta triste imagen forma parte de lo que Dios ha preparado para algunos de nosotros que sólo podemos aprender por la vía de la disciplina que como buen padre Dios nos aplica para que el aprendizaje sea efectivo. Si hasta alguien con excelentes credenciales como el Rey David se vio sometido a este tipo de disciplina. ¿Cuánto más no nos tocará a nosotros?

La mayoría de las veces se nos hace muy difícil de entender la disciplina, una de las herramientas que nos permiten controlar en parte a nuestra conducta o la de otros, principalmente porque poseemos una naturaleza pecaminosa que se resiste vigorosamente a ella.

A nadie le gusta la disciplina, ni recibirla ni aplicarla. Cuando nos toca recibirla, nos enfocamos en el aspecto negativo de ella, cual es el dolor que nos inflige, pero pasamos por alto los beneficios que nos produce una vez que hemos aprendido su lección.

Cuando se trata de aplicarla, la mayoría de las veces lo hacemos más por dar rienda suelta a nuestra ira que por el beneficio que ella produce en quien estamos disciplinando, usualmente a nuestros hijos. Cualquiera sea el caso, somos demasiados torpes para entenderla y aceptarla y aún más para aplicarla con sabiduría.

La clave para entender a la disciplina es que ella debe estar siempre asociada con el amor para que pueda ser efectiva. Si el amor no está presente cuando es recibida se produce murmuración y resentimiento. Si el amor no está presente cuando es aplicada, ella se convierte en simple violencia y agresión.

En el ámbito familiar, permitir que nuestros hijos se involucren y crezcan en un mundo donde las reglas no son respetadas y donde no existen consecuencias por dicha falta de respeto, es hacerles un gran daño a nuestros hijos. Lo más probable es que esos niños se vean envueltos en graves problemas de conducta durante todo el resto de su vida.

Aplicar disciplinas correctivas oportunas ante conductas reprobables es una manifestación del amor de los padres hacia sus hijos, por cuanto se evitarán problemas posteriores en la vida de dichos hijos.

Recordemos el comentario que el apóstol Pedro hizo acerca de la disciplina: “Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella.”

DIOS nos disciplina “para nuestro bien, a fin de que participemos de Su santidad.” Ya sea, pues, que estemos bajo disciplina o nos toque aplicarla, entendamos Su amoroso propósito y miremos con esperanza Su fruto de justicia y paz.

Dios les bendiga abundantemente.

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