UN MOMENTO CON DIOS
La fuente de la
sabiduría.
“Dame sabiduría, para que pueda saber lo que está bien y lo que está mal.” (1 Reyes 3. 9)
Un hombre demandó a una mujer,
aduciendo que ella tenía su perro. En el tribunal, ella le dijo al juez que el perro
no podía ser de él e indicó dónde lo había comprado. La identidad del verdadero
dueño se conoció cuando el juez liberó al animal. Moviendo la cola, ¡corrió
directamente hacia el hombre!
Salomón, rey del antiguo
Israel, tuvo que resolver un asunto parecido. Dos mujeres reclamaban ser la
madre del mismo bebé. Después de escuchar los argumentos de ambas, pidió una
espada para cortar el niño por la mitad. La madre verdadera le rogó a Salomón
que le diera el bebé a la otra mujer, prefiriendo salvar la vida de su hijo,
aunque no pudiera tenerlo: “Entonces la verdadera madre, llena de
angustia, gritó: —¡Por favor, Su Majestad! ¡No maten al niño! Prefiero que
se lo den a la otra mujer.” (1 Reyes 3.26). Finalmente, Salomón le
dio el niño a ella.
Se necesita sabiduría para
decidir qué es justo y moral, correcto o incorrecto. Si valoramos la sabiduría,
podemos pedirle a Dios un corazón sabio, como lo hizo Salomón: “Dame
sabiduría, para que pueda saber lo que está bien y lo que está mal.” (1
Reyes 3. 9)
Tal vez Dios nos responda
ayudándonos a equilibrar nuestras necesidades y deseos con los intereses de los
demás. O anteponiendo a los beneficios presentes las ganancias a largo plazo (a
veces, eternas), para honrarlo con nuestra manera de vivir.
Nuestro Dios no es solo un
Juez perfectamente sabio, sino también un Consejero Personal dispuesto a darnos
abundante sabiduría: “Si alguno de ustedes no tiene sabiduría, pídasela a
Dios. Él se la da a todos en abundancia…” (Santiago 1. 5)
Dios les bendiga abundantemente.
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