domingo, 22 de enero de 2023

Un momento... La ira es contagiosa

 

UN MOMENTO CON DIOS

La ira es contagiosa. 

 


 “No te juntes con gente de mal genio ni te hagas amigo de gente violenta, porque puedes volverte como ellos y pondrás tu vida en peligro.” (Proverbios 22. 24 - 25)

 

La ira puede causar estragos tanto en el cuerpo como en el alma, pero su alcance se extiende más allá del individuo e impacta a quienes están cerca. De esta manera, los estallidos de amargura y el resentimiento silencioso no son solo problemas personales.

El espíritu airado es contagioso. Puede pasar de una persona a otra, e incluso de una generación a otra. Los lugares de trabajo pueden convertirse en entornos de tensión, llenos de palabras y actitudes cáusticas.

La ira convierte a los hogares en campos de batalla de explosiones verbales o de silenciosa hostilidad. Hasta las iglesias sufren de chismes maliciosos y de enfrentamientos.

Dios nos creó para vivir en comunión con los demás, pero la ira puede envenenar nuestras relaciones. Por desgracia, los más cercanos a nosotros son los que más sufren. Los niños aprenden a reaccionar ante las situaciones de la vida observando el ejemplo de sus padres. Luego desarrollan actitudes y patrones de comportamiento similares. Necesitamos pensar en qué tipo de corazón estamos transmitiendo a nuestros hijos.

Por fortuna, Dios se ocupa de cambiar los corazones. Así como podemos llegar a imitar a una persona airada, también podemos imitar la santidad cuando nos acercamos al Señor.

Cristo nos llama a venir, aprender de ÉL, y encontrar descanso para nuestras almas: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros.” (Mateo 11. 28 - 29)

¿Qué preferimos: la agitación de la ira o la paz de Cristo? Ambas requieren sacrificio.

Si escogemos mantener la ira, sufriremos la pérdida de buenas relaciones y la posibilidad de ser un ejemplo de consagración para nuestros descendientes. Pero, si escogemos tener paz, pidamos a Dios que nos ayude a dejar en el altar los rencores, los insultos y las preferencias personales.

Dios les bendiga abundantemente.

 

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