TIEMPO DE REFLEXIÓN
“Al cabo de tanto tiempo,
ustedes ya deberían ser maestros; en cambio, necesitan que se les expliquen de
nuevo las cosas más sencillas de las enseñanzas de Dios.
Han vuelto a ser tan
débiles que, en vez de comida sólida, tienen que tomar leche. Y los que se
alimentan de leche son como niños de pecho, incapaces de juzgar
rectamente. La comida sólida es para los adultos, para los que ya saben
juzgar, porque están acostumbrados a distinguir entre lo bueno y lo malo”. Hebreos 5. 12 – 14
Es necesario que todo
creyente busque conocer los fundamentos de su fe, no para que sea un maestro,
sino para que su fe se sostenga y mantenga por el alimento que esta representa
para su espíritu y alma, pero no pueden pretender quedarse solo en los
fundamentos, sino que se debe ahondar en el conocimiento de la verdad para
alimentarse con el alimento sólido que es la puesta en práctica de la verdad.
El crecimiento espiritual en
la Escritura se menciona similar al crecimiento natural del hombre, y de igual
manera a como un ser humano se alimenta, el ser del hombre también necesita de
un alimento, que inicia como la leche materna en un comienzo, una leche que
representa a los fundamentos en los que se sostiene nuestra fe, es nutritiva y
deliciosa para esa edad, pero cuando se crece el niño, ya no continua tomándola
porque sus nutrientes ya no son suficientes para su actividad, y ya no sabe
igual. Se necesita de un alimento más sólido con nutrientes mejores o más
efectivos para que el creyente pueda poner en práctica lo que entiende y es
referente a su fe.
Cuando hemos conocido los
fundamentos de nuestra fe, no podemos quedarnos inermes en nuestro desarrollo,
sino que al igual como un niño crece y se convierte en un adulto, el creyente
debe dejar la inmadurez y conducirse hacia el perfeccionamiento por medio del
alimento básico de la palabra y la práctica continua de las disciplinas
espirituales que nos afirman en la verdad, como son la oración, el ayuno y el
dar.
El signo primordial del
creyente maduro o perfecto es el discernimiento del bien y el mal, o de lo
mejor o lo que no lo es.
Dios les bendiga
abundantemente.
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