TIEMPO DE REFLEXIÓN
“Ciertamente, ningún castigo
es agradable en el momento de recibirlo, sino que duele; pero si uno aprende la
lección, el resultado es una vida de paz y rectitud.
Así pues, renueven las
fuerzas de sus manos cansadas y de sus rodillas debilitadas, y busquen el
camino derecho, para que sane el pie que está cojo y no se tuerza más”. Hebreos 12. 11 – 13
A nadie le gusta caerse.
Pocas situaciones nos causaban más vergüenza en la escuela que caernos enfrente
de varios de los niños y escuchar sus risas mientras teníamos que levantarnos.
Como caernos no era una
buena experiencia, con los años aprendimos que a la hora de tropezarnos
debíamos seguir caminando como si nada pasara aunque nos doliera y que si nos
caíamos debíamos levantarnos pronto, aguantar el dolor y hacer como si todo
estuviera bien.
Sin tener la intención de
hacerlo probablemente, algunos hemos trasladado reacciones similares a nuestro
caminar con Dios, cuando tropezamos o pecamos no queremos que nadie se entere,
queremos seguir viviendo “como si nada hubiera pasado” o procuramos levantarnos
pronto para que nadie lo note, aunque sepamos que llevamos dolor y suciedad
dentro producto de nuestra caída.
Dios no nos diseñó para
vivir con culpa, dolor ni suciedad, sino para que aprendamos a acercarnos a Él
tras la caída para recibir su amor, su perdón y a través de su gracia y
misericordia, una nueva oportunidad.
Las heridas de las caídas
empeoran si no se atienden
Cuando uno tiene una herida y no se la atiende, aunque pareciera que superficialmente sana, se corre el riesgo que debajo de la superficie haya quedado alguna bacteria o suciedad que provoque una infección que a la larga nos cause un dolor y una herida mayor.
Cuando uno tiene una herida y no se la atiende, aunque pareciera que superficialmente sana, se corre el riesgo que debajo de la superficie haya quedado alguna bacteria o suciedad que provoque una infección que a la larga nos cause un dolor y una herida mayor.
No confesar un pecado
delante de Dios, aunque con el paso de los días queramos olvidarlo, es como si
pusiéramos una semilla de rápido crecimiento en nuestro corazón, la falta de
arrepentimiento es el agua que la riega y dentro de nosotros comienza a brotar
una raíz de amargura, la cual puede llevarnos a perder la bendición de Dios
pero no solo a nosotros, también puede contaminar a los que nos rodean.
Cuando pecamos o hemos sido
lastimados en lugar de correr a Dios para ser perdonados y sanados, corremos en
dirección contraria. Nos dejamos llevar por el pecado, las emociones o los
malos consejos. Una herida y un pecado necesitan solucionarse y sanarse pronto,
si lo dejamos pasar empeorarán nuestra condición emocional y espiritual.
Vayamos al Padre con
arrepentimiento en nuestro corazón, veremos que Su amor será un bálsamo para
nuestras heridas y una suave limpieza para el pecado.
Dios les bendiga
abundantemente.
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