TIEMPO DE REFLEXIÓN
“Obedezcan a sus dirigentes
y sométanse a ellos, porque ellos cuidan sin descanso de ustedes, sabiendo que
tienen que rendir cuentas a Dios.
Procuren hacerles el trabajo agradable y no
penoso, pues lo contrario no sería de ningún provecho para ustedes. Oren por
nosotros, que estamos seguros de tener la conciencia tranquila, ya que queremos
portarnos bien en todo. Pido especialmente sus oraciones para que Dios me
permita volver a estar pronto con ustedes. Que el Dios de paz, que resucitó de
la muerte a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, quien con su
sangre confirmó su alianza eterna, los haga a ustedes perfectos y buenos
en todo, para que cumplan su voluntad; y que haga de nosotros lo que él quiera,
por medio de Jesucristo. ¡Gloria para siempre a Cristo! Amén”. Hebreos
13. 17 – 21.
La obediencia es fruto de
una vida de conciencia, solo alguien consciente de la verdad puede obedecer
cumpliendo su tarea sin quejarse, siempre y cuando esta no implique ir en
contra de sus convicciones, pues la queja solo genera inconformidad e
intranquilidad en nuestros corazones y nos quita el gozo.
No dejemos de orar por
quienes nos honran y bendicen con su enseñanza, pues es necesario que
protejamos y cubramos en oración a aquellos que se exponen al escarnio público,
a la cárcel y a la muerte.
Puede que nuestras oraciones
no cambien lo que Dios quiera hacer con el obrero, pero si puede ayudar a que
su ser interior se fortalezca, su conciencia permanezca tranquila y se porten
honrosamente en todo.
La oración abre puertas para
que podamos ser bendecidos con la presencia de sus enviados, sus siervos, de
modo que es importante que nuestras oraciones también estén dirigidas a este
aspecto en particular.
La verdadera paz, no
proviene de la mente, proviene del espíritu y solo puede ser entregada por
Dios, quien usa como medio a Cristo, el pastor de las ovejas, aquel que las
apacienta, para que por medio de su sangre se estableciera un nuevo pacto, esta
vez, eterno. Y es en este pacto en donde la paz puede volverse una realidad
para el creyente.
En ningún pasaje de las
escrituras encontramos al hombre gloriándose de sus logros o títulos, siempre
podemos encontrar siervos mansos y humildes que se entregan a la voluntad de
Dios sin importar cuán difícil sea esta.
Vivimos para darle gloria,
buscando agradarle a Él primero, sin importar lo que los hombres piensen.
Dios les bendiga
abundantemente.
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