HAY UNA SOLUCIÓN
“Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”. Romanos 8.11
Esto quiere decir que Dios nos vivifica o nos da vida cuando seguimos su voluntad.
Aquí es donde entendemos aquel pasaje que dice que aquel que tiene algo y lo usa, recibe más. Pero que el que tiene algo y no lo usa, lo que tiene, le será quitado. Es más que obvio que no habla de cosas materiales, sino espirituales. Cuando tenemos la vida de Cristo y perseveramos en ella, y caminamos con Cristo, y avanzamos en Cristo y vivimos en Cristo Jesús, somos vivificados más, más y más. Es decir: tenemos vida eterna y nos acercamos a DIOS.
Pero en caso de morir, el tema es similar: se muere más, más y más; se separa más, más y más de DIOS.
Nuestra actitud en el encuentro con la voluntad de DIOS, es el que modifica nuestra vida.
Siempre, en la Biblia, honrar y acatar la voluntad de DIOS es motivo de vida, y el oponerse es motivo de muerte.
¿Qué pasa con la desobediencia? Esa es la pregunta que se hace mucha gente. Si nos remitimos a Adán y Eva, vemos que ellos sufrieron la muerte espiritual, la separación, el alejamiento de DIOS y, aquí está la clave, recibieron el conocimiento del mal.
DIOS se ve en la obligación de expulsarlos del huerto precisamente porque ahora, el hombre, conocía el mal.
Conocer el mal combinado con separarse de DIOS, guía a un proceso de autodestrucción. Y esto tiene que ver con las maldiciones, porque las maldiciones son habladas. DIOS habló. Dijo: si comes de él, ciertamente morirás. Y una vez que Dios habla, la Palabra sigue funcionando, independientemente del lugar o del tiempo. La Palabra sigue teniendo fruto. Por eso la maldición sigue destruyendo a la persona, cuando la persona comete esa falta, desobedeciendo a DIOS; ciertamente morirá.
Y sigue produciendo ese fruto, esa maldición, hasta que es cortada, cancelada.
La solución únicamente está en Cristo.
Y no hablamos solamente de una oración, sino también de una parte activa, restaurar lo que estuvo mal.
Dios reclama de nosotros que seamos transicionales, no tradicionales. Suenan parecidas ambas palabras, pero son la antítesis la una de la otra. Que reconozcamos, primero, que venimos acarreando sombras causadas por pecado, por desobediencia y rebelión. Que nos paremos delante de DIOS a clamar el arrepentimiento y el perdón y cambiar esa maldición por bendición. Para nosotros, para nuestros hijos, para nuestra iglesia, para nuestra ciudad, para nuestra nación.
DIOS está reclamando y demandando que haya un remanente que sea, que haga, que se ponga en la brecha para cambiar y que cambie.
Un vaso lleno de Cristo que tiene que salir a derramar a Cristo sobre los que no le conocen.
Dios les bendiga abundantemente.
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