domingo, 25 de marzo de 2018

Leyendo... Eclesiastés 2


LECTURA DIARIA:
Eclesiastés 2

Salomón dirigió su búsqueda del significado de la vida como un experimento. Primero trató de ir en pos del placer. Comenzó con grandes proyectos, compró esclavos y ganados, amasó fortuna, adquirió cantores, agregó muchas mujeres a su harén, y se convirtió en el personaje más importante de Jerusalén. Algunos de los placeres que buscó Salomón eran incorrectos y algunos valían la pena, pero inclusive estos últimos eran vanidad cuando fue tras ellos como un fin en sí mismos.

Debemos ver más allá de nuestras actividades para descubrir las razones por las que las llevamos a cabo.
El Predicador quiere dejar claro de que su búsqueda del placer era sólo intelectual, no basada en la pasión. Su fin era preguntar si involucrarse en una orgía de placeres tenía algún valor para los seres humanos.
Salomón había construido casas, un templo, un reino y una familia. En el curso de la historia, todo quedaría en ruinas. En el Salmo 127.1 Salomón declara: “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia”.
Este libro es parte del testimonio de Salomón acerca de lo que le sucede a un reino o a una familia que se olvida de Dios.
Cuando reflexiona sobre sus obras, se da cuenta que nada de ello tiene valor. El placer satisface sólo un momento y manifiesta el mismo defecto que la sabiduría humana: no aprovecha nada.
El Predicador considera aquí la doctrina de la retribución, que Dios equilibra los extremos para compensar de alguna forma las desigualdades de la vida.
La sabiduría supera a la necedad, porque el sabio sabe a dónde va, mientras el necio anda tropezando como un ciego.
El Predicador se da cuenta que tanto el sabio como el necio deben morir. El valor supremo que busca no puede entonces descansar en ninguna esperanza de retribución en esta vida.
Salomón se dio cuenta de que la sabiduría por sí sola no puede garantizar la vida eterna. La sabiduría, las riquezas y los logros personales importan muy poco después de la muerte, y todos debemos morir. No debemos edificar nuestra vida sobre metas perecederas, sino sobre el fundamento sólido de Dios. Entonces, si todo nos es arrebatado, seguiremos teniendo a Dios, quien es, de todos modos, todo lo que realmente necesitamos. Este es el punto del libro de Job.


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