UN MOMENTO CON DIOS
Hasta el fin del mundo
“...y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mateo 28. 20)
Estas palabras cierran el
Evangelio de Mateo con una promesa que resuena con ternura y poder. Jesús,
antes de ascender al cielo, no deja a sus discípulos con una tarea sin
respaldo. Les encomienda la Gran Comisión, hacer discípulos, enseñar, bautizar,
pero lo hace asegurándoles su presencia constante. No dice “estaré con ustedes
de vez en cuando” o “cuando todo vaya bien”, sino “todos los días”. En cada
jornada, en cada lucha, en cada paso incierto, Él está.
Esta promesa no es solo para
los once que lo escuchaban en Galilea, sino para todos los que han respondido a
su llamado a lo largo de los siglos. Es una declaración de fidelidad divina que
trasciende el tiempo y el espacio. Jesús no es un Salvador distante, sino un
Compañero presente. Su presencia no depende de nuestras emociones, ni de
nuestras circunstancias, sino de su carácter inmutable.
En un mundo donde la soledad y
la incertidumbre son frecuentes, esta promesa es un ancla para el alma. Nos
recuerda que no caminamos solos. Cuando enfrentamos desafíos en el ministerio,
cuando sentimos que nuestras fuerzas se agotan, cuando el fruto parece escaso,
Él está. Cuando celebramos victorias, cuando sembramos con lágrimas, cuando
discipulamos con paciencia, Él está.
Además, esta promesa nos
impulsa a la obediencia. Saber que Jesús está con nosotros no es solo un
consuelo, sino también una motivación. Nos anima a vivir con valentía, a
predicar con pasión, a servir con humildad. Su presencia transforma la misión
en una colaboración divina.
Este versículo también nos
invita a confiar. A veces, el camino se oscurece y no vemos con claridad. Pero
no necesitamos ver el futuro si caminamos con Aquel que lo sostiene. Su
presencia es suficiente. Él es el Dios con nosotros, no solo en Navidad, sino
cada día, hasta el fin del mundo.
Dios les bendiga
abundantemente.

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