domingo, 16 de octubre de 2016

Leyendo... Deuteronomio capítulo 1


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LECTURA DIARIA:
Deuteronomio capítulo 1

El pueblo de Israel estaba representado por los ancianos y los líderes de las tribus. Moisés habló a Israel al otro lado del Jordán, esta expresión significa el lado oriental del río Jordán. Escribió desde la perspectiva de uno que vivía en la tierra de Canaán, al lado occidental del río Jordán. 
Cuando Moisés habló a Israel, el pueblo estaba en la tierra de Moab. El libro de Deuteronomio es presentado como las palabras del pacto que Dios había hecho con los hijos de Israel en la tierra de Moab. Los lugares mencionados fueron los sitios donde Israel había acampado durante su jornada hacia Canaán.
Desde Horeb a Cades barnea había once días. Esta información era para el beneficio de la nueva generación de israelitas, ya que el pueblo que había salido de Egipto no necesitaba esta información. Los once días sirven de contraste con los 40 años de peregrinación en el desierto por causa de la rebelión de Israel.
En el norte de Israel el monte Sinaí era conocido como Horeb. Sinaí fue la montaña donde Dios se reveló a Moisés e Israel y donde fue promulgada la ley. Horeb aparece nueve veces en el libro, mientras que el nombre Sinaí aparece solamente una vez, en la sección poética del libro. La región montañosa de Seír se refiere a la tierra de Edom.
Las palabras de Moisés fueron proclamadas en el primer día del mes undécimo, o sea, seis meses después de la muerte de Aarón. La conquista de la tierra prometida empezó en el primer mes del año. Esto significa que el período desde el día en que Moisés habló al pueblo hasta la celebración de la Pascua y el principio de la conquista de la tierra prometida fue de dos meses y medio. Ya que la explicación de la ley duró solamente un día, esto significa que el libro de Deuteronomio debe ser considerado como un resumen de los muchos discursos pronunciados por Moisés durante los 40 años de peregrinación. La asamblea de las tribus de Israel y el discurso final de Moisés ocurrió después de la victoria de Israel contra Sejón y Og.
Para Moisés representaba una carga tremenda el guiar solo a una nación como Israel. No podría llevar a cabo su tarea sin ayuda. En lugar de tratar de manejar solo las grandes responsabilidades, buscó la manera de distribuir la carga para que otros pudieran ejercitar los dones y habilidades que Dios les había dado.
Los hombres del pueblo que fueron enviados a la tierra prometida no fueron para determinar si debían entrar, sino por dónde debían entrar. Sin embargo, al regresar la mayoría de los espías dijo que la tierra no valía la pena el sacrificio. Dios iba a dar a los israelitas el poder de conquistar la tierra, pero ellos tuvieron miedo de los riesgos y decidieron no entrar.
Canaán era una tierra de gigantes y fortalezas imponentes. Los “anaceos” podrían haber medido entre 2.10 y 2.70 m de altura. Muchas de las ciudades fortificadas de la tierra tenían murallas de casi 9 m de altura. El miedo de los israelitas era comprensible, pero no justificable, pues el todopoderoso Dios les había prometido la victoria.
La desobediencia del pueblo al mandato divino provoca la ira del Señor, que castiga a la generación rebelde a no entrar en la tierra prometida. Incluso a Moisés, por solidarizarse con el pueblo, le alcanza el castigo divino. Tan sólo Caleb y Josué, que permanecieron fieles al Señor, entrarán en la tierra, juntamente con la generación futura. Los que por propia iniciativa, sin reconocer la autoridad del Señor, emprendieron el combate, fueron derrotados.

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