LECTURA
DIARIA:
Éxodo capítulo
4
No obstante
las declaraciones positivas de Dios acerca de lo que iba a hacer, Moisés duda
todavía y en el v. 1 le oímos expresar su incredulidad. Dios había dicho,
“oirán tu voz” (Éxodo 3.18), pero Moisés dice, “ellos no me creerán, ni oirán
mi voz”.
Probablemente
el miedo estimuló estos pensamientos. En gran gracia Dios da tres señales que
Moisés emplearía para convencer al pueblo de la omnipotencia de Dios.
Su propósito
era asegurarles que Él había enviado a su siervo. Se han hecho diversas
sugerencias en cuanto al sentido de estas señales. Posiblemente en la primera,
Dios tiene en mente la historia de su pueblo. La vara simboliza el poder y la
autoridad.
Dios está
haciendo ver que Israel había sido guardado en la mano divina y había llegado a
una posición de honor y gobierno por medio de José, pero llegó otra época
cuando surgió otro gobernador. Vendría días cuando su poder sería establecido
de nuevo. Ellos serían la cabeza y no la cola.
La segunda
señal, fue para humillarlos. Acaso Moisés y el pueblo se exaltaran al tomar y
controlar la serpiente, tenían que ser enseñados que adentro hay un corazón
corrompido. Todo poder y todo valor son de Dios.
La tercera
señal, sería usada en caso que las primeras dos fuesen rechazadas. Hablaba de
juicio. El río era la vida de Egipto.
Dios puede
tornar en trágica maldición las bendiciones de una nación, así como de un
individuo.
Pero la
incredulidad de Moisés opera todavía: “Nunca he sido hombre de fácil palabra...
soy tardo en el habla y torpe de lengua”, refiriéndose tal vez a un
impedimento. Tiernamente Dios le hace tener presente su soberanía en relación
con el uso de sus palabras.
Dios
finalmente aceptó que Aarón, hermano de Moisés, hablara por él. Los
sentimientos de incapacidad de Moisés eran tan fuertes que no pudo confiar ni
siquiera en la habilidad de Dios para ayudarlo. Moisés tuvo que enfrentarse a
estos sentimientos profundos de incapacidad en muchas ocasiones.
Moisés era el
agente de Dios, y Aarón el vocero de Moisés.
Dios amenazó
con matar a Moisés porque no había circuncidado a su hijo. Quizá no estaba muy
familiarizado con las leyes de Dios por haber sido criado entre los egipcios.
Pero él no podía servir efectivamente como libertador del pueblo de Dios hasta
que hubiera cumplido las condiciones de su pacto, y una de ellas era la
circuncisión. Antes de que avanzaran más, Moisés y su familia tenían que
obedecer completamente los mandamientos de Dios. En la ley del Antiguo
Testamento, el no circuncidar a un hijo era perder las bendiciones de Dios para
uno mismo y para su familia. Moisés pronto aprendería que desobedecer a Dios
era aún más peligroso que enfrentarse a un Faraón egipcio.
Luego de
reunirse con Aarón en el desierto, Moisés y su hermano, una vez en Egipto, hablan
con los ancianos del pueblo de Israel.
Tal como Dios
había prometido, y a pesar de la incredulidad de Moisés, el pueblo creyó que
Dios había enviado a Moisés.
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