jueves, 30 de junio de 2016

Leyendo... Éxodo capítulo 4

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LECTURA DIARIA:
Éxodo capítulo 4

No obstante las declaraciones positivas de Dios acerca de lo que iba a hacer, Moisés duda todavía y en el v. 1 le oímos expresar su incredulidad. Dios había dicho, “oirán tu voz” (Éxodo 3.18), pero Moisés dice, “ellos no me creerán, ni oirán mi voz”.

Probablemente el miedo estimuló estos pensamientos. En gran gracia Dios da tres señales que Moisés emplearía para convencer al pueblo de la omnipotencia de Dios.
Su propósito era asegurarles que Él había enviado a su siervo. Se han hecho diversas sugerencias en cuanto al sentido de estas señales. Posiblemente en la primera, Dios tiene en mente la historia de su pueblo. La vara simboliza el poder y la autoridad.
Dios está haciendo ver que Israel había sido guardado en la mano divina y había llegado a una posición de honor y gobierno por medio de José, pero llegó otra época cuando surgió otro gobernador. Vendría días cuando su poder sería establecido de nuevo. Ellos serían la cabeza y no la cola.
La segunda señal, fue para humillarlos. Acaso Moisés y el pueblo se exaltaran al tomar y controlar la serpiente, tenían que ser enseñados que adentro hay un corazón corrompido. Todo poder y todo valor son de Dios.
La tercera señal, sería usada en caso que las primeras dos fuesen rechazadas. Hablaba de juicio. El río era la vida de Egipto.
Dios puede tornar en trágica maldición las bendiciones de una nación, así como de un individuo.
Pero la incredulidad de Moisés opera todavía: “Nunca he sido hombre de fácil palabra... soy tardo en el habla y torpe de lengua”, refiriéndose tal vez a un impedimento. Tiernamente Dios le hace tener presente su soberanía en relación con el uso de sus palabras.
Dios finalmente aceptó que Aarón, hermano de Moisés, hablara por él. Los sentimientos de incapacidad de Moisés eran tan fuertes que no pudo confiar ni siquiera en la habilidad de Dios para ayudarlo. Moisés tuvo que enfrentarse a estos sentimientos profundos de incapacidad en muchas ocasiones.
Moisés era el agente de Dios, y Aarón el vocero de Moisés.
Dios amenazó con matar a Moisés porque no había circuncidado a su hijo. Quizá no estaba muy familiarizado con las leyes de Dios por haber sido criado entre los egipcios. Pero él no podía servir efectivamente como libertador del pueblo de Dios hasta que hubiera cumplido las condiciones de su pacto, y una de ellas era la circuncisión. Antes de que avanzaran más, Moisés y su familia tenían que obedecer completamente los mandamientos de Dios. En la ley del Antiguo Testamento, el no circuncidar a un hijo era perder las bendiciones de Dios para uno mismo y para su familia. Moisés pronto aprendería que desobedecer a Dios era aún más peligroso que enfrentarse a un Faraón egipcio.
Luego de reunirse con Aarón en el desierto, Moisés y su hermano, una vez en Egipto, hablan con los ancianos del pueblo de Israel.
Tal como Dios había prometido, y a pesar de la incredulidad de Moisés, el pueblo creyó que Dios había enviado a Moisés.

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