sábado, 25 de junio de 2016

Leyendo... Génesis capítulo 50



LECTURA DIARIA:
Génesis capítulo 50

Jacob ya no volvió a regresar a la Tierra Prometida “en vida”, pero pidió ser enterrado allí. 
Antes de morir, Jacob pidió a sus hijos que lo llevaran allá para ser enterrado en la cueva de Macpela, donde descansaban sus padres.
Luego de bendecir a sus hijos y encargarles ser enterrado en la Tierra Prometida, Jacob expiró.
No murió sino hasta haber cumplido su propósito.
José lloró por la muerte de su padre.  Lo curioso es que no se mencione a sus hermanos.
Tal vez se menciona sólo a José porque él estaba llorando también de agradecimiento a Dios por haberle dado la oportunidad de ver a su padre antes de morir, y recuperar el tiempo que dejó de verlo mientras estuvo como esclavo.  
Como José era gobernador de Egipto, él siguió la costumbre de los egipcios de embalsamar a los muertos, lo cual tomaba tiempo. 
Cuando el cuerpo de Jacob estuvo embalsamado, José pidió autorización al Faraón para que le permitieran enterrar a su padre en la Tierra Prometida, para cumplir la solicitud de Jacob. 
Faraón accedió a la petición.
Por respeto a los egipcios, José cumplió con la costumbre del país.  Pero cuando llegó a la Tierra Prometida, él cumplió con la costumbre del pueblo de Dios, guardando duelo por siete días (el cual se conoce como “Sheva”).
La procesión que acompañaba el ataúd de Jacob debió ser imponente.  Cuando los cananeos vieron venir tal cortejo, se admiraron, y pensaron que debía ser una persona muy importante.
Todos los hijos de Jacob fueron a sepultar a su padre en Canaán, así cumpliendo su último deseo.
Estando en la Tierra Prometida, alguno de los hijos de Jacob pudo haber tenido la tentación de quedarse en la tierra donde crecieron, pero nadie lo hizo.  Todos regresaron a Egipto.
Ya muerto Jacob, los hermanos volvieron a tener miedo de José, pensando que ahora él se vengaría de todo lo que le habían hecho sufrir.  Ellos seguían con ese cargo de conciencia.
Pero no habría razón para temer, pues José ya los había perdonado.  Tal vez el problema es que ellos no se habían perdonado a sí mismos.  
José no les iba a “cobrar” nada a sus hermanos porque ya los había perdonado.  Además, él había apreciado el plan de Dios en todo lo que había pasado.  José sabía que Dios había permitido todo para un buen propósito. 
José se comportó como un verdadero primogénito y patriarca de la familia. El les aseguró que a sus hermanos que él velaría por ellos.
José vivió 110 años.  Pero antes de su muerte instruyó a los israelitas que cuando salieran de Egipto se llevaran sus huesos a la Tierra Prometida.
Como servidor público del más alto rango, José fue embalsamado y enterrado en Egipto.  Aún así, José no estaba aferrado a Egipto.  La realidad es que él nunca perdió de vista el pacto que Dios hizo con Abraham, Isaac y Jacob.  El sabía que Dios cumpliría Su Palabra.  Por eso hizo jurar a su familia que no saldrían de Egipto sin llevarse sus huesos, cuando regresaran a la Tierra Prometida.
Efectivamente así sucedió.  Cuando los israelitas salieron de Egipto, se llevaron sus huesos.  No los llevaron a Hebrón, donde estaban sepultados los patriarcas; más bien, fueron sepultados en Siquem, en otra propiedad que había comprado Jacob, la cual quedaba localizada en el territorio asignado a una de las tribus de los hijos de José.  
Jacob había recibido la promesa que Dios le daría la tierra a su descendencia; sin embargo, sus ojos naturales no vieron el cumplimiento.  Él no regresó a la Tierra Prometida luego de ir a Egipto; no obstante, Jacob sí pudo ver el cumplimiento de la promesa divina con sus ojos espirituales.  Jacob tuvo la misma fe que Abraham.   
Ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni José vieron con sus ojos físicos el cumplimiento de las promesas de Dios, pero sí lo vieron con sus ojos espirituales. 

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