miércoles, 31 de agosto de 2016

Leyendo... Levítico capítulo 21

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LECTURA DIARIA:
Levítico capítulo 21

El Dios de Israel es el Dios santo, y todo lo que estaba en relación con el Señor debía ser santo. Esta exigencia de santidad obligaba sobre todo a los sacerdotes, que por su oficio estaban consagrados al servicio del santuario y de las cosas santas.
Debido a que los sacerdotes presentaban las ofrendas en nombre del resto del pueblo, su santidad como mediadores era más estricta por eso el Señor les dice que No se contaminen por un muerto, que aludía a no tomar parte en un servicio funerario.
En el antiguo Israel, la mujer, al casarse, se incorporaba a la familia y al clan de su marido; por lo tanto, perdía sus vínculos legales con la familia de su padre, por lo tanto los sacerdotes debían cuidar la santidad de la misma para no contaminarse.
Por eso, no se le permitía casarse con una mujer divorciada o que hubiera sido profanada como ramera.
Así como la conducta de la mujer del sacerdote influía en su ministerio, así también lo hacia la conducta de su hija.
La dignidad de su cargo imponía al sumo sacerdote obligaciones más estrictas que a los demás, sobre todo en materia de impurezas legales.
Las vestiduras sagradas y la unción de los sacerdotes se mencionan específicamente en Éxodo 29.29.
Al sacerdote ordinario se le permitía casarse con una viuda. Pero el sumo sacerdote, por su delicada posición, sólo podía casarse con una virgen. No era sólo para que ministrara más eficazmente sino para que la paternidad del primogénito no fuera asunto de discusión al escoger al sumo sacerdote que le sucediera.
La santidad en Israel a menudo encuentra su concreta expresión en la integridad física. Esta idea tiene semejanza con los requisitos para una ofrenda aceptable.
Tal como lo que se ofrecía en sacrificio debía ser sin defecto, también el sacerdote debía ser sin defecto.
Aunque ninguno de la descendencia sacerdotal que estuviera mutilado podía ofrecer los sacrificios u ofrendas a Dios, sin embargo sí podía comer de las porciones de los sacrificios que pertenecían a los sacerdotes.
Esto no era un insulto para los incapacitados, más bien tenía que ver con el hecho de que el sacerdote debía concordar lo más posible con el Dios perfecto al que servía. Por supuesto, tal perfección no se cumplió plenamente sino hasta que vino Jesucristo. Como levitas, los sacerdotes incapacitados eran protegidos y se les proporcionaba alimento que provenía de los sacrificios. No eran abandonados, ya que seguían realizando servicios esenciales dentro del tabernáculo.

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