sábado, 27 de agosto de 2016

Leyendo... Levítico capítulo 17

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LECTURA DIARIA:
Levítico capítulo 17

En este capítulo empieza la llamada Ley de santidad, o sea, ley de un pueblo consagrado a Dios. La ley sobre la sangre es una manera de educar, de inculcar el sentido del carácter sagrado de la vida.
Todo el ganado que mataban los israelitas, mientras estuvieron en el desierto, debía ser presentado ante la puerta del tabernáculo, y la carne tenía que ser devuelta al ofrendante, para que, conforme a la ley, la comieran como ofrenda de paz.
Como la mayoría de los pueblos primitivos, los hebreos creían que la vida está en la sangre. Por eso la sangre es sagrada, aun la del animal, y solamente puede ser ofrecida a Dios (Génesis 9.5).
Si no se sacrificaba en el altar, debía ser derramada en el suelo, pero no se podía comer. Aun en tiempos de Cristo, los judíos sentían tal repulsión por la sangre que, durante algunos años, se ordenó a los cristianos provenientes de otras naciones que respetaran esta ley para no escandalizar a sus hermanos judíos.
La idolatría era el más grave de los pecados en el antiguo Israel. Las leyes sobre la santidad de la sangre prohibían participar en las prácticas y el culto paganos.
La esencia de la fe monoteísta judía está contenida en: «Oye, Israel, Jehová nuestro Dios, Jehová uno es» (Deuteronomio 6.4).
Sin sangre no hay expiación. Esta es la declaración más clara de la necesidad de la sangre en lo que se refiere a las ofrendas de sacrificio: la vida está en la sangre. La vida y la sangre fueron dadas sobre el altar con el propósito específico de expiar los pecados y reconciliarse con Dios.
No hay expiación aparte del derramamiento de sangre o la entrega de la vida. Esta ordenanza se reafirma con el nuevo pacto en Hebreos 9.22.
El nuevo pacto en la sangre de Cristo cumplió los requisitos del antiguo pacto de redención. La sangre de Cristo supera los sacrificios cruentos del antiguo pacto y satisface eternamente los requisitos de un Dios santo (Hebreos 9.12)

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