martes, 30 de agosto de 2016

Leyendo... Levítico capítulo 20

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LECTURA DIARIA:
Levítico capítulo 20

El sacrificio de niños era una práctica común en las religiones antiguas. Los amonitas, vecinos de Israel, ofrecían sacrificios de niños a Moloc (su dios nacional) una parte vital de su religión. Veían esto como el regalo más grande que podían ofrecer para mantener el mal alejado y apaciguar la ira de los dioses. 
Dios dijo que esta práctica era detestable y que estaba estrictamente prohibida.
En tiempos del Antiguo Testamento, así como en el Nuevo, el carácter de Dios hace que estos sacrificios humanos sean impensables.
A diferencia de los dioses paganos, Dios es amor y no necesita ser aplacado.
El es un Dios de vida, que prohíbe el asesinato y que anima a prácticas que hacen la vida saludable y feliz.
El es Dios de los desamparados y muestra especial interés por los niños. El es un Dios de altruismo, que en lugar de demandar sangre, da su vida por otros.
Aquí se reiteran leyes que ya fueron hechas y se les anexan castigos. Si los hombres no evitan las malas costumbres, porque la ley ha hecho pecado estas costumbres, y es bueno que nos fundamentemos en ese principio, ciertamente las evitarán cuando la ley las hace muerte, por un principio de propia conservación.
En medio de estas leyes hay un encargo general: Santificaos y sed santos.
La lista de mandamientos contra los pecados sexuales incluye castigos extremadamente severos. Dios no toleraba esos actos por las siguientes razones: quebrantaban el compromiso mutuo entre esposos, destruían la santidad de la familia; deformaban el bienestar mental del pueblo; y propagaban enfermedades. El pecado sexual siempre ha estado ampliamente disponible. La glorificación del sexo entre personas que no están casadas, a menudo esconde una tragedia profunda y sufrimiento. Cuando la sociedad ilustra los pecados sexuales como atractivos, es muy fácil olvidarse del lado oscuro.
Dios tuvo buenas razones para prohibir los pecados sexuales, El nos ama y quiere lo mejor para nosotros.
Los actos detestables mencionados eran muy comunes en las naciones paganas de Canaán; sus religiones estaban plagadas con diosas sexuales, prostitución en el templo y otros pecados graves. Las prácticas religiosas inmorales de los cananeos reflejaban una cultura decadente que tendía a corromper todo lo que entrara en contacto con ella.
Al contrario, Dios estaba formando una nación que fuera una influencia positiva en el mundo. Y no quería que los israelitas adoptaran las prácticas cananeas y derivaran hacia el libertinaje. De esa manera preparó al pueblo para lo que tendrían que enfrentar en la tierra prometida ordenándoles que evitaran todo lo que fuera pecado sexual.

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