sábado, 30 de agosto de 2025

Un momento... No se ponga el sol sobre nuestro enojo

 


UN MOMENTO CON DIOS

No se ponga el sol sobre nuestro enojo

 


“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo.” (Efesios 4. 26)



Este versículo, aunque breve, contiene una enseñanza profunda y práctica sobre la gestión de nuestras emociones, especialmente del enojo, desde una perspectiva cristiana.

El apóstol Pablo no niega que el ser humano pueda enojarse. La ira, como emoción, es parte de nuestra naturaleza. Incluso Dios se enoja con el pecado, y Jesús mostró indignación ante la injusticia y la hipocresía. Por tanto, no toda ira es pecaminosa. El problema no está en sentir enojo, sino en cómo lo manejamos y en qué dirección lo llevamos.

La frase “airaos, pero no pequéis” nos muestra que hay una línea muy delgada entre la ira justa y la que conduce al pecado. Cuando permitimos que el enojo se transforme en rencor, venganza, palabras hirientes o violencia, entonces hemos cruzado esa línea. La ira descontrolada no edifica; destruye relaciones, hiere corazones y nos aleja del carácter de Cristo.

Pablo añade: “no se ponga el sol sobre vuestro enojo.” Es decir, no debemos dejar que el enojo se prolongue en el tiempo. Guardar resentimiento es como dejar una herida abierta: se infecta y contamina todo nuestro ser. Dios nos llama a resolver los conflictos con prontitud, a perdonar y a restaurar la paz. El enojo retenido da lugar al diablo (v. 27), quien aprovecha esa raíz de amargura para causar división, odio y frialdad espiritual.

En nuestra vida diaria, esto nos reta a examinar nuestras reacciones. ¿Qué hacemos cuando nos ofenden? ¿Guardamos silencio, pero nos llenamos de resentimiento? ¿Estallamos con palabras dañinas? El llamado de este versículo es a controlar nuestras emociones, a confrontar con sabiduría y a resolver con amor.

Cristo nos dio el ejemplo perfecto. Aunque fue injustamente acusado, maltratado y crucificado, no respondió con ira pecaminosa, sino con perdón. Si queremos seguirle, debemos aprender a manejar nuestra ira como Él lo hizo: con verdad, justicia y compasión.

Pidamos a Dios que nos dé dominio propio y un corazón dispuesto a perdonar. Así, nuestra ira no se convertirá en pecado, sino en una oportunidad para crecer en gracia y reconciliación.

Dios les bendiga abundantemente.

 

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