UN MOMENTO CON DIOS
Palabras que bendicen o
hieren
“Del fruto de su boca el hombre comerá el bien; más el alma de los prevaricadores hallará el mal. El que guarda su boca guarda su alma; más el que mucho abre sus labios tendrá calamidad.” (Proverbios 12. 2, 3)
El hombre que habla el
bien, es recompensado con el bien. Pero el hombre que habla el mal, es
recompensado con el mal. Lo que una persona habla es lo que previamente ha
guardado en su mente o en su corazón.
Jesús dijo, según
Mateo12.34: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca.”
Cuando el hombre ha
sido transformado por medio del nuevo nacimiento, al recibir a Cristo como su
Salvador, tendrá en su mente la Palabra de Dios y en consecuencia hablará
siempre el bien.
El resultado será la
vida abundante de la cual habló Jesús.
Pero, por otro lado,
cuando el hombre no ha nacido de nuevo y está todavía en su pecado, su mente
estará saturada de malos pensamientos y esto le arrastrará a hablar el mal.
Como consecuencia sufrirá el mal. Es común también ver en los incrédulos que el
mal que piensan hacer a otros les ocurre a ellos mismos.
Otra vez entra en la
escena la lengua.
Los dichos “por la boca
muere el pez” y “en boca cerrada no entran moscas” son apropiados.
Por un lado, el hombre
que habla poco, piensa y vive; y por el otro lado, el que habla mucho, sin
pensar está buscando su propia destrucción. Una palabra mal dicha puede causar
un daño irreparable.
El proverbio advierte
sobre el peligro de hablar hasta por los codos. El hablador contumaz debe saber
que está pisando terreno peligroso. Refrenar la lengua es proteger la vida.
Cuando una persona habla demasiado, o abre mucho sus labios, tendrá calamidad.
En otras palabras, el ligero de labios provoca su ruina.
Las palabras pueden
herir y destruir. Santiago reconoció esta verdad cuando declaró: "La
lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán
grande bosque enciende un pequeño fuego!" (Santiago 3.5).
Si deseamos tener
dominio propio, comencemos con nuestra lengua. Detengámonos y pensemos antes de
reaccionar o hablar. Si logramos controlar este miembro diminuto pero poderoso,
podemos controlar el resto de nuestro cuerpo.
Así que, cuidado con
dar rienda suelta a la lengua, que de nuestra boca solo salgan palabras de
bendición hacia otros.
Dios les bendiga
abundantemente.
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