jueves, 14 de noviembre de 2019

Tiempo... Génesis 17. 4 - 7



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Ésta es la alianza que hago contigo: Tú serás el padre de muchas naciones, y ya no vas a llamarte Abram. Desde ahora te llamarás Abraham, porque te voy a hacer padre de muchas naciones. 
Haré que tus descendientes sean muy numerosos; de ti saldrán reyes y naciones. La alianza que hago contigo, y que haré con todos tus descendientes en el futuro, es que yo seré siempre tu Dios y el Dios de ellos”.   Génesis 17. 4 – 7.

Lo del nombre de las personas es algo realmente curioso. Cada país tiene sus normas en cuanto a los nombres que se pueden poner o no, y si esto puede parecer curioso, la elección de un nombre para un hijo lo es más aún.
Los padres de Abram le pusieron un nombre, en aquella época sí que importaba el significado del nombre, y por el nombre podíamos saber mucho del carácter y de la naturaleza de la persona. Dios le dijo a Abram: “Y no serás llamado más Abram; sino que tu nombre será Abraham, porque yo te haré padre de multitud de naciones.”  Abraham pasó a llamarse padre de multitudes.
¿Dios nos cambia de nombre cuando nos encontramos con Él?
Sin ninguna duda sí. No se produce ningún cambio en nuestro registro civil, pero en el registro del reino de los cielos ya no somos llamados criaturas de Dios, ahora somos llamados Hijos de Dios.
¡Qué gran privilegio! Pero esto tiene algunos derechos y obligaciones.
Cuando creemos en Cristo y nacemos de nuevo (este es el mayor milagro) recibimos el derecho a vivir eternamente en la presencia de Dios, ya no moriremos, sino que la muerte física será el principio de la vida eterna. “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna”.
Ser llamado Hijo de Dios nos permite ser parte de su heredad y recibir la herencia. “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él”. 
Conforme vamos creciendo, cada vez nos parecemos más y más a nuestros Padres, la genética  va haciendo su trabajo y cada vez somos más como aquellos que nos crearon. Tenemos la obligación de imitar a Dios, imitar, su santidad, su perfección, su amor y su fidelidad, para que lleguemos a la perfección de ser como Cristo Jesús.
No hay mejor hijo que el que da buena imagen y tiene un comportamiento ejemplar, este hace que su padre quede en buen lugar. Esto es misión nuestra, ser buenos embajadores del reino de los cielos en esta tierra.
Nuestro cambio de nombre, conlleva algo más que un nombre distinto, conlleva un cambio de identidad, ninguno de nosotros si naciésemos de nuevo cometeríamos los mismos errores, igualmente, nacer de nuevo espiritualmente debe llevarnos a un cambio total en nuestras vidas, sabiendo que tendremos una recompensa cuando Cristo venga a buscarnos, pero antes cumpliendo las obligaciones que tenemos en nuestra vida.
¡Qué nuestro Padre nos ayude a ser buenos embajadores hoy allí donde estemos!
Dios les bendiga abundantemente.

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