UN MOMENTO CON DIOS
La encarnación
“Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús, el cual: Aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con él, sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz”. (Filipenses 2. 5 – 8)
La creación de Adán es la
porción más famosa de la obra de arte de Miguel Ángel en el techo de la Capilla
Sixtina. Adán acostado en una superficie plana, mientras Dios, desde las nubes,
extiende su dedo creativo hacia el primer hombre. Adán extiende su mano hacia
Dios y sus dedos casi se encuentran, pero no se tocan.
Comparemos esta imagen con la
belleza de la encarnación: Dios hecho carne, no solo para acercarse a su
creación, sino también para vivir como uno de nosotros, humano por completo y
divino por completo. El término encarnación quizás parezca un vocabulario
teológico formal, pero en realidad es una palabra que representa una intimidad
maravillosa.
Jesucristo se convirtió en
bebé, luego en niño, luego en adolescente, y luego en adulto, para que pudiera
relacionarse de manera estrecha con nosotros en todas nuestras facetas. No hay
sacrificio que se compare con el suyo.
Al contemplar el sentir de
Cristo Jesús mencionado en este pasaje, recordamos que su vida fue un hermoso
ejemplo de amor y entrega. Su humildad y disposición para servirnos nos
inspiran a dejar de lado nuestras egoístas inclinaciones y abrazar el bienestar
de los demás. Que cada día, al despertar, decidamos cultivar este sentir en
nuestros corazones, permitiendo que el espíritu de amor y compasión que él nos
mostró brille a través de nosotros, tocando vidas y sembrando esperanza en el
mundo.
Dios les bendiga
abundantemente.
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