UN MOMENTO CON DIOS
Jesucristo fue la promesa de
Dios
“Levántate, Jerusalén,
envuelta en resplandor, porque ha llegado tu luz
y la gloria del Señor brilla sobre ti. La oscuridad cubre la tierra, la noche
envuelve a las naciones, pero el Señor brillará sobre ti y sobre ti aparecerá
su gloria”. (Isaías 60. 1, 2)
Profeta tras profeta predecía
la venida del Mesías. Muchas de las costumbres y festividades de Israel eran
presagios de la esencia que habría de venir con su advenimiento. Pero al pasar un
siglo tras otro, la vida parecía transcurrir como de costumbre, sin la promesa
divina. ¿Acaso las palabras de Dios a su pueblo no eran más que promesas
vacías? ¿Se habrían equivocado todos los profetas? ¿O el hombre estaba
destinado a vivir en las cadenas de esclavitud y pecado?
Luego, un día que comenzó como
cualquier otro, la tan anhelada interrupción divina vino en forma de un bebé
que cambiaría el destino de la humanidad. Para todos los que aún lo esperaban,
Jesucristo vino en quietud y sin fanfarria. Pero el día de su nacimiento, el
mundo cambió por completo. Nunca nada volvería a ser igual.
Cada uno de nosotros tiene la
capacidad de ser faros de esperanza y amor en un mundo que a menudo se siente
oscuro y confuso. Al permitir que su gloria y presencia nos transformen, no
solo nos beneficiamos, sino que también nos convertimos en instrumentos para
iluminar el camino de otros. Así, cada pequeño acto de bondad y compasión puede
ser un rayo de luz que los guíe hacia la salvación y el consuelo que solo Él
puede ofrecer.
Dios les bendiga
abundantemente.
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