lunes, 23 de diciembre de 2019

Tiempo... Lucas 2. 28 - 32



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Simeón lo tomó en brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, tu promesa está cumplida: puedes dejar que tu siervo muera en paz.
Porque ya he visto la salvación que has comenzado a realizar a la vista de todos los pueblos,  la luz que alumbrará a las naciones
y que será la gloria de tu pueblo Israel.”  
Lucas 2. 28 – 32


En nuestra sociedad, occidentalizada, cada vez más globalizada y aburguesada en su ideal de vida, las tradiciones navideñas tienen varios elementos muy conocidos: Santa Claus, luces, árboles, y sobre todo, consumo. Esas tradiciones no tienen nada que ver con las tradiciones bíblicas sobre el nacimiento de Jesús de Nazaret.
Por otra parte las tradiciones bíblicas, la esperanza de justicia y reconciliación de los bellos relatos de Isaías, y la esperanza del shalom de las narraciones del evangelio de Lucas, tampoco tienen nada que ver con las tradiciones navideñas que hoy imperan.
El comercio y el consumo navideño, el mundo de los negocios, no tienen nada que ver con la Biblia, que es Palabra de Dios, y con la celebración de los cristianos.
No hay navidad cristiana sin hablar de la Palabra de Dios, las tradiciones mundanas no saben de estas cosas. Comercio y mercado son dioses, que se apoderan del dinero de los pobres, adormeciendo a todos en un festejo vano, ya que la mayoría no conoce el verdadero sentido de la navidad.
Lucas dice que unos ángeles se aparecieron a los pastores y decían: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
La palabra hebrea es shalom. Significa un bienestar de los seres humanos entre sí, basado en la justicia y la verdad, y el gozo.
Desafortunadamente estos festejos son todo menos obvio, mencionar a Jesús de Nazaret en estos días de navidad. Los supermercados no saben qué hacer con él, incluso las iglesias, con frecuencia, se quedan en el “niño Dios”, sin añadir que ese niño llegó a ser el Jesús que salió de su casa, se fue al Jordán a escuchar a Juan y apareció junto con el pueblo para ser bautizado, el que anunció a los pobres la venida del Reino, sintió compasión por ellos hasta revolvérsele las entrañas, los sanó y los defendió de sus opresores, se enfrentó con éstos y por ello murió crucificado.
Para los creyentes esto es el abece de nuestra fe, pero puede estar inexplicablemente ausente los días de navidad.
Jesús de Nazaret no está ausente. El anciano Simeón proclama con gozo que ya puede morir en paz, pues “sus ojos han visto al salvador que iluminará a todos los pueblos”, y añade que será “señal de contradicción” a fin de que “queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”.
Dios no quiere ser sólo un Dios lejano. Los días de navidad son feriados, y ello posibilita el descanso y el acercamiento dentro de la familia.
Debiera posibilitar también la reflexión: en definitiva qué somos nosotros, si se nos dice que “ese niño es Dios”. Y es que la navidad dice que en un ser humano se ha hecho presente el misterio de Dios. “En Jesús ha aparecido la benignidad de Dios”, dice la carta a Tito.
Reflexionar sobre el amor de Dios que decidió “empequeñecerse” y mostrarse en un ser humano como todos nosotros, Jesús de Nazaret.
Dios les bendiga abundantemente.

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