LECTURA
DIARIA:
Génesis
capítulo 7
Tal como Dios
le había mandado, Noé construyó el Arca. Debemos pensar que los habitantes de
su ciudad, al verlo en tamaña tarea, seguramente se burlaron de él y no
hicieron caso a sus advertencias.
Noé siguió
firme en la construcción, el arca ya estaba terminada; y ahora, con el espíritu
de una fe implícita, que había influido en toda su conducta, Noé esperaba
órdenes de Dios.
Las parejas
de toda especie de animales, excepto los habitantes de los mares, habían de ser
tomados para la conservación de sus respectivas clases. Esta fue la regla
general de admisión; pero en cuanto a aquellos animales que se llamaban
“limpios”, fueron tomados tres pares, tanto de animales como de aves; y la
razón fue que su rápida multiplicación era asunto de suma importancia, cuando
la tierra fuera renovada debido a su utilidad como artículos de alimento o para
el servicio del hombre.
Pero ¿para
qué era el séptimo individuo de cada clase? Evidentemente estaba reservado para
él sacrificio; de modo que durante la residencia de Noé en el arca, y después
de su regreso a tierra seca, fue hecha provisión para celebrar los ritos del
culto según la religión del hombre caído. Noé no dejó atrás su religión, como
muchos. Hizo provisión para ella durante su prolongado viaje. Después de siete
días, comenzó a llover torrencialmente como Dios le había dicho a Noé.
Ese día Noé
entró al Arca con toda su familia y los animales fueron entrando de dos en dos. Y llovió durante cuarenta días y cuarenta
noches sin parar, de manera que las aguas comenzaron a cubrir todo lo que había
sobre la tierra, y los hombres y todo ser viviente murieron cubiertos por las
aguas.
Aunque llovió
cuarenta días seguidos, la
Biblia nos dice que las aguas cubrieron la tierra por ciento
cincuenta días que fue el tiempo en que recién las aguas comenzaron a descender
para dejar la tierra seca.
Debemos
imaginar que el viaje de Noé sobre tantas aguas y en medio de grandes
tormentas, no debe haber sido agradable. Sin embargo él siempre confió en Dios,
que no le olvidó. Fue así que después de ciento cincuenta días Dios hizo que
las aguas comenzaran a descender.
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