UN MOMENTO CON DIOS
El que habita al abrigo de
Dios.
“Diré yo a Jehová: «Esperanza mía y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré»” (Salmo 91. 2)
Una joven universitaria y
consagrada cristiana, estaba de vacaciones en su pueblo durante el verano.
Aquella tarde fue a visitar unas amigas y mientras conversaban acerca de sus
respectivas experiencias durante el pasado año, el tiempo pasó rápidamente y la
noche llegó sin apenas darse cuenta. Ahora la joven tenía que regresar sola a
su casa.
Mientras caminaba en la
soledad y oscuridad de la noche la joven oraba pidiendo a Dios que la
protegiera de cualquier peligro. Llegó frente a un callejón por el cual solía
cortar camino para llegar a su casa y después de vacilar por unos segundos
decidió cruzar por allí. Cuando iba aproximadamente por la mitad del callejón
notó que había un hombre parado al final como si estuviera esperando por ella.
Se sintió un poco nerviosa y
de nuevo oró a Dios pidiendo Su protección. Inmediatamente una sensación de
profunda paz y seguridad la envolvió totalmente. Sintió como si alguien
estuviese caminando junto a ella.
Cuando llegó al final del
callejón, pasó por el lado a aquel hombre y continuó su camino llegando a su
casa sin problemas.
Al día siguiente leyó en el
periódico que una joven había sido violada en aquel callejón unos veinte
minutos después que ella pasó por allí.
Sintiéndose impactada por esta
tragedia y al pensar que bien pudo haber sido ella, comenzó a llorar dándole
gracias al Señor por Su protección y pidiéndole que ayudara a aquella pobre
muchacha.
Entonces sintió que debía ir a
la policía pues podría ayudar a identificar al violador. Después de contarles
su historia, allí le preguntaron si estaría dispuesta a tratar de reconocer a
aquel hombre entre un grupo de sospechosos.
Ella asintió e inmediatamente
señaló al hombre que había visto la noche antes en el callejón. Cuando le
dijeron al hombre que había sido identificado, no le quedó otro remedio que
confesar. El oficial le dio las gracias a la joven por su ayuda y le preguntó
si habría algo que ellos pudieran hacer por ella.
La joven le pidió que le
hicieran al hombre una pregunta. Realmente sentía una enorme curiosidad por
saber el por qué él no la había atacado. Cuando el policía le preguntó, el
hombre contestó: “Porque con ella iban dos hombres muy altos, uno a cada
lado.”
Desde Génesis hasta
Apocalipsis, la Biblia nos enseña que cuando buscamos el rostro del Señor, y
nos esforzamos por vivir bajo Sus reglas, podremos siempre estar seguros de que
contaremos con Su cuidado y Su protección. En el Salmo 91 encontramos unas
cuantas promesas de Dios para los que “habitan al abrigo del
Altísimo.” Aquellos que han decidido vivir bajo la voluntad y la dirección
del Señor pueden declarar, como el salmista: “Esperanza mía, y castillo
mío; mi Dios, en quien confiaré.”
La historia que acabamos de
narrar nos da una prueba evidente de la verdad que envuelve esta declaración. “Pues
a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus
caminos.” Al igual que esta joven, nosotros podemos hacer nuestras las
promesas de Dios, si vivimos bajo Su manto protector.
Busquemos el rostro del Señor
cada día en oración, escudriñemos Su Palabra, obedezcámosla y creamos una
relación íntima con ÉL que nos permita habitar bajo Su abrigo y disfrutar de
Sus bendiciones.
Dios les bendiga abundantemente.
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