TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Luego
se puso Salomón delante del altar de Jehová, en presencia de toda la
congregación de Israel, y extendiendo sus manos al cielo, dijo: Jehová Dios de
Israel, no hay Dios como tú, ni arriba en los cielos ni abajo en la tierra, que
guardas el pacto y la misericordia a tus siervos, los que andan delante de ti
con todo su corazón; que has cumplido a tu siervo David mi padre lo que le
prometiste; lo dijiste con tu boca, y con tu mano lo has cumplido, como sucede
en este día.
Ahora, pues, Jehová Dios de Israel, cumple a tu siervo David mi
padre lo que le prometiste, diciendo: No te faltará varón delante de mí, que se
siente en el trono de Israel, con tal que tus hijos guarden mi camino y anden
delante de mí como tú has andado delante de mí”. 1
Reyes 8. 22 – 25
Salomón,
en actitud de sumisión y reverencia, con sus manos levantadas al cielo, frente
a su pueblo, muestra la grandeza y majestad del Dios Único, reconociendo que
Dios es Dios de pactos, el hacedor y guardador de las promesas, que cumplió la
promesa dada a su padre David. La promesa a David fue: “Si tus hijos guardan su
camino, andando delante de mí con fidelidad, con todo su corazón y con toda su
alma, no te faltará hombre sobre el trono de Israel”.
Salomón
conocía el corazón de Dios y cuán grande era el amor de Él.
Y su
oración continua: “Con todo, tú atenderás a la oración de tu siervo, y a su
plegaria, oh Jehová Dios mío, oyendo el clamor y la oración que tu siervo hace
hoy delante de ti; que estén tus ojos abiertos de noche y de día sobre esta
casa, sobre este lugar del cual has dicho: Mi nombre estará allí; y que oigas
la oración que tu siervo haga en este lugar. Oye, pues, la oración de tu
siervo, y de tu pueblo Israel; cuando oren en este lugar, también tú lo oirás
en el lugar de tu morada, en los cielos; escucha y perdona”.
1
Reyes 8.28 – 30.
Eso
es exactamente lo que también Daniel hizo mientras estuvo cautivo en Babilonia;
siempre abría su ventana hacia Jerusalén, y oraba hacia el Templo, y confesaba
los pecados de la nación y de él mismo. Eso es lo que debemos hacer nosotros,
orar por nuestro pueblo, confesar nuestros pecados y Él promete perdonarnos y
limpiarnos de toda iniquidad.
Dios
les bendiga abundantemente.
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