martes, 4 de febrero de 2020

Tiempo... Efesios 4. 1 - 6



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Yo pues preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”.  Efesios 4. 1 – 6


Al recibir a Cristo en el corazón nos da la potestad de ser hijos de Dios, a la luz de esta verdad Pablo nos está haciendo el llamado a tener vidas dignas. Necesitamos ser testimonio donde quiera que vayamos para que la gente pueda ver a Cristo resucitado en nuestras vidas.
Ahora, si queremos ser usados por el Señor, vivamos diariamente conforme a su llamado, de una manera que agrade a Dios. Nuestro Señor dijo que estábamos en el mundo pero que no pertenecíamos al mundo.
Pablo es «un prisionero en el Señor» y nos ruega que vivamos una vida digna del evangelio, es un ruego delicado que trata de persuadirnos con amor.
Es un llamado a vivir en un nivel acorde con la posición que tenemos en Cristo. Pablo dijo: «Solamente os ruego que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, […] que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio», (Filipenses 1.27).
Y también escribió: «Así podréis andar como es digno del Señor, agradándolo en todo, llevando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios». (Colosenses 1.10).
Si queremos vivir como verdaderos hijos de Dios, tenemos que hacerlo a la luz de la Palabra de Dios, «con toda humildad y mansedumbre», o sea, con un corazón sin altivez. El Señor Jesucristo se caracterizó por su humildad, amabilidad y benignidad de carácter.
Recordemos que dijo: «Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí: que soy manso y humilde de corazón». (Mateo 11.29).
Hay muchos creyentes en la actualidad que tienen orgullo por su raza, por su lugar de origen, por su posición y apariencia, y en realidad hasta están orgullosos de haber sido salvos por gracia. Necesitamos que el Espíritu Santo controle nuestras vidas, creando en nosotros una actitud de humildad y de unidad.
El Señor oró por la unidad diciendo: «para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”. (Juan 17.21).
Solo el Espíritu Santo crea la unidad. Todos los verdaderos creyentes en Cristo Jesús somos uno en Cristo. Un solo cuerpo, un solo Espíritu, una misma esperanza, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos.
Hermano, vivamos como es digno del Señor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.
Dios les bendiga abundantemente.

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