TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Por
tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis
de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que
el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo
6.25)
El
ojo simple es el que se fija en un solo objeto. Ese objeto, “ese tesoro” para
el creyente, es Cristo. Lo contemplamos “a cara descubierta” en la Palabra y
esa visión ilumina todo nuestro ser interior. (2 Corintios 3.18).
Nuestro
corazón no puede encontrarse a la vez en el cielo y en la tierra. Querer un tesoro celestial y, al mismo tiempo,
atesorar riquezas para este mundo son dos cosas absolutamente incompatibles.
Tampoco es posible servir a más de un solo señor.
Pero
si renunciáramos a las riquezas, ¿No nos expondríamos a privaciones, o por lo
menos al riesgo de carecer de lo necesario para nuestra vida?
El
señor nos da una buena respuesta para esta duda: “Por lo tanto, yo les digo: No
se preocupen por lo que han de comer o beber para vivir, ni por la ropa que
necesitan para el cuerpo. ¿No vale la vida más que la comida y el cuerpo más
que la ropa?” (vers. 25).
Abramos
nuestros ojos y observemos en la naturaleza, este ejemplo tan sencillo pero tan
genuino que nos presenta el Señor. Los innumerables pequeños testigos que hay
en la creación de DIOS de la conmovedora bondad del padre Celestial, las
flores, las aves, los insectos, y la consecuente provisión que vez tras vez
reciben sin pedirlo.
¡DIOS
no será deudor de ninguno de sus hijos que le dé el primer lugar en su vida y
lo busque de todo corazón!
Dios
les bendiga abundantemente.
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