sábado, 7 de marzo de 2020

LO QUE DEBEMOS CONOCER



LO QUE DEBEMOS CONOCER
Un nuevo nacimiento

El nacimiento espiritual es muy semejante al nacimiento físico. El nacimiento físico nos da un ejemplo perfecto de la salvación, y como todos lo hemos experimentado, podemos relacionarnos con los diferentes aspectos del mismo. El Evangelio de Juan nos da una enseñanza muy clara sobre este nacimiento: 
“Y había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un gobernante de los judíos. Este vino a Jesús de noche y le dijo: -Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, a menos que Dios esté con él. Respondió Jesús y le dijo: -De cierto, de cierto te digo que a menos que uno nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: -¿Cómo puede nacer un hombre si ya es viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer? Respondió Jesús: -De cierto, de cierto te digo que a menos que uno nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que ha nacido de la carne, carne es; y lo que ha nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: ‘Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3.1-7)
En este pasaje Jesús estaba hablando con un religioso llamado Nicodemo, que quería indagar sobre los milagros.
Jesús le dijo que para poder entender los milagros era necesario que él mismo llegara a ser un ‘milagro. Necesitaba nacer de nuevo. Nicodemo le preguntó a Jesús al respecto, y en su respuesta Jesús le mostró algunas cosas que todos necesitamos entender sobre el nuevo nacimiento para tener una plena seguridad.
En un nacimiento ocurre una concepción. Jesús dice que nacemos de agua y del Espíritu para entrar en el reino de Dios (v. 5). El agua habla de la Palabra de Dios, y el Espíritu se refiere al Espíritu de Dios. Cuando el Espíritu y la Palabra de Dios se unen en el útero de la fe, sucede una maravillosa concepción.
Esto no sucederá sin nuestro consentimiento. Nosotros debemos proporcionar el útero de la fe. En un nacimiento hay una continuación. La vida física imparte vida física, y la vida espiritual imparte vida espiritual (v.6). “Para santificarla, habiéndola purificado en el levantamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:26). “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que Vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1.23).
Los padres no fabrican bebés en el verdadero sentido de la palabra. Ellos transfieren la vida que les ha sido dada. La vida se transmite. De igual manera en el nuevo nacimiento la vida de Dios se nos transfiere.
El significado literal del término «nacer de nuevo» es “nacer de arriba”. La salvación no sólo implica sacar al hombre de la tierra y ponerlo en el cielo, sino también que Dios sale del cielo y entra en el hombre a través de su Espíritu. En un nacimiento se produce un carácter.
En la carne, recibimos la naturaleza de nuestros padres carnales. Cuando el Espíritu y la Palabra de Dios crean en nosotros algo sobrenatural, recibimos el carácter de un nuevo ser con naturaleza divina.
Los cristianos no somos sencillamente personas buenas; somos nuevas criaturas.
Un nacimiento es una experiencia única y definitiva en el reino natural y también en el espiritual. Cuando un bebé nace en la sociedad terrenal, se hace un registro. En el cielo se escribe un nuevo nombre en la gloria. Esto habla de un hecho terminado. Es importante que entendamos esto porque nadie puede jamás existir sin haber nacido. Incluso cuando el cuerpo de alguien deja de existir, el espíritu pasa sin límite de tiempo, sin fecha y sin medida, a la eternidad. Un nacimiento tiene un comienzo. Un nacimiento es un punto de partida.
Dios les bendiga abundantemente.

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