LO
QUE DEBEMOS CONOCER
La
diferencia entre la acusación y la convicción
Necesitamos
aprender la diferencia entre la acusación satánica y la convicción del Espíritu
Santo.
El
diablo es el acusador de los hermanos. El diablo nos acusará de pecados que ya
hemos confesado. Él intentará desenterrarlos. Cuando Dios los entierra, se han
ido, nunca los volverá a exponer. «Él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados y limpiarnos de toda maldad». (1 Juan 1. 9)
«…Lo que Dios ha
purificado no lo tengas tú por común» (Hechos 11.9). Porque «…la
sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado» (1 Juan 1.7).
En
ocasiones el diablo nos acusará de cosas que hizo hicimos hace años. Recordemos
que si hemos entregado nuestra vida al Señor Jesús y hemos confesado nuestros
pecados, aunque el diablo pretenda sacarlos a la luz, ya el Señor nos ha
limpiado de esos pecados por medio de su preciosa sangre vertida en la cruz.
El
diablo intentará hacerlo sentir culpable sin ninguna razón. El diablo tratará
de sacar a relucir el pecado que ya ha sido perdonado, o buscará la forma de
hacerlo sentir mal acerca de algo sin darle un nombre. Eso es acusación.
¿Qué
es la convicción? La convicción es el Espíritu Santo diciendo: «Tú has hecho
esto, esto y esto», y como un buen médico presionará con su dedo, justo sobre
el punto que duele. Lo llamará por su nombre y querrá que lo confesemos y
seamos limpios: eso es maravilloso.
No
permitamos que el diablo nos acuse de pecados que ya nos han sido perdonados, o
de cosas que nunca hemos hecho. El Espíritu Santo de Dios nos convencerá de
algo específico, luego lo confesaremos y seremos limpios.
Puesto
que el pecado nos hace sentir sucio, Dios nos da un baño espiritual. David
dice: «Lávame» (Salmo 51.2, 7). Se trata de una limpieza un tanto exterior,
puesto que el pecado nos hace sentir enteramente sucios. Luego en el versículo
7, él dice: «Quita mi pecado con hisopo, y seré limpio«. Esto habla de una
limpieza interior.
Ese
es el poder limpiador de la gracia de Dios.
Cuando
pecamos, tan pronto limpiamos nuestro corazón de pecado, volvamos a
consagrarnos.
Recordemos
los cuatro pasos de restauración: Confianza, confesión, limpieza y
consagración.
Así
como si ponemos una mano sobre un fogón y nos quemamos, si pecamos, nos atamos
al sufrimiento; pero gracias a Dios por su maravillosa, grandiosa y sin igual
gracia que perdona y restaura al cristiano que peca.
Dios
les bendiga abundantemente.
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