lunes, 13 de mayo de 2024

Un momento... El equilibrio en la vida cristiana

 


UN MOMENTO CON DIOS

El equilibrio en la vida cristiana

“El anciano saluda al querido Gayo, a quien ama en verdad. Querido hermano, pido a Dios que, así como te va bien espiritualmente, te vaya bien en todo y tengas buena salud.  Me alegré mucho cuando algunos hermanos vinieron y me contaron que te mantienes fiel a la verdad. No hay para mí mayor alegría que saber que mis hijos viven de acuerdo con la verdad”. (3 Juan 1 – 4)



Esta carta nos da un pantallazo de la vida de la Iglesia primitiva. Tercera de Juan, está dirigida a Gayo, y se ocupa de la necesidad, de brindar hospitalidad, a los predicadores itinerantes y a otros creyentes. De igual manera advierte en contra de un dictador en potencia de la iglesia.
No tenemos mayores detalles acerca de Gayo, pero es uno de aquellos a quienes Juan amaba profundamente. Por esta carta sabemos que tenía una posición de liderazgo en la iglesia local. Cuatro veces se refiere a Gayo como amado y también dice de él, “a quien amo en verdad”. A lo mejor le había brindado su casa y le había dado hospitalidad a Juan en alguno de sus viajes. Si fuera así, Juan apreciaba sus obras, porque los predicadores itinerantes dependían de la hospitalidad para sobrevivir.
Otra nota importante es que la palabra “verdad”, figura seis veces en esta epístola. Como en las otras epístolas, probablemente se relaciona con la verdad del evangelio, la verdad que vemos en Cristo.
Juan estaba preocupado por el bienestar físico y espiritual de este querido hermano. Eso era un contraste directo, a la herejía popular de esa época, que enseñaba la separación de lo espiritual y lo material, incluido lo físico. Todavía hoy, muchos caen en esa forma de pensamiento. 
Esa actitud no cristiana lógicamente lleva a una de dos reacciones: descuido del cuerpo y de la salud física o indulgencia con los deseos pecaminosos del cuerpo. Dios está interesado tanto en nuestro cuerpo como en nuestra alma. Los cristianos no debemos ser negligentes ni indulgentes con nosotros mismos, sino ocuparnos de nuestras necesidades físicas y disciplinar nuestro cuerpo de modo que podamos estar en las mejores condiciones para servir a Dios.
La prosperidad es un resultado. Está claro que Dios quiere que sus hijos prosperen. ¿Cómo puede alguien atreverse a negar esto? Sin embargo, la prosperidad no debiera ser un fin en sí misma, sino el resultado de una calidad de vida, entrega, dedicación y acción que esté en correspondencia con la Palabra de Dios. Claramente implica que la prosperidad divina no es un fenómeno momentáneo o pasajero, sino que es más bien un estado continuo y progresivo de bienestar. Se aplica a todas las áreas de nuestra vida: espiritual, física, emocional y material. Sin embargo, Dios no quiere que pongamos un énfasis indebido en ninguna de estas esferas. Hay que mantener un sano equilibrio.
Dios les bendiga abundantemente.

 

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