TIEMPO DE REFLEXIÓN
“Baste con decir claramente
“sí” o “no”. Pues lo que se aparta de esto, es malo”. Mateo 5. 37
En un mundo tan preocupado
por la imagen y la apariencia es difícil hacer contacto con uno mismo. Esta
demanda de alcanzar la medida de lo aceptable nos corre un poco de nuestro
propio centro.
Hacemos cosas para quedar
bien, tomamos decisiones que aseguran nuestra pertenencia a los grupos, pero
todo ello no necesariamente responde a lo que sentimos, deseamos o pensamos
internamente.
El contexto se nos presenta
como una presión muy grande ante la que debemos responder con cierta hipocresía
o falta de autenticidad, aun sin darnos cuenta. Permitimos que las expectativas
y los juicios de los demás nos determinen. Nos vamos adaptando poco a poco a
las opiniones del entorno corriendo el riesgo de dejar de percibir lo que es
legítimamente nuestro. Dejamos de actuar en armonía con nosotros mismos y, por
supuesto, con Dios. Muchos de los enfrentamientos de Jesús con la religión
imperante de su época, tenían que ver con esta posibilidad humana que todos
tenemos, y que Él nos quiso demostrar, de no debilitar nuestra voluntad ante lo
que no creemos correcto.
Así podemos verlo en escenas
tales como las de privilegiar a los niños y defender sus derechos a participar
en la vida, o cuando los fariseos insistían en guardar el día de reposo y Él
sanaba de todas formas. Y así muchas otras situaciones.
Día a día nos sentimos
acorralados por lo que otros esperan y quieren de nosotros. Las expectativas
sociales, familiares o laborales se convierten en una meta a alcanzar que no
siempre es viable de cumplir.
Sostener los propios límites
y la coherencia personal no es fácil; pero es lo que necesitamos para
manejarnos en el plano de la libertad.
Decir ¡no! es tan importante
como decir ¡sí! Ambas cosas son necesarias en medio de un mundo que intenta
decirnos cómo deberíamos vivir.
La verdadera libertad
comienza cuando logramos actuar de acuerdo a la voluntad de Dios.
Dios les bendiga
abundantemente.
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